domingo, 23 de junio de 2013

Barro

No sé cuánto me falta para volver a ver la luz.

Anoche se marchaba de mi piso Hanna, una amiga de mi ciudad que vino aquí a buscar trabajo. Convivir con ella estas semanas ha sido una gran suerte, aunque también tengo que decir que en varios momentos me ha exasperado por esas pequeñas cosas del día a día, y me ha hecho también darme cuenta de lo paciente que fue siempre Ikki conmigo; y del increíble milagro que es que dos personas puedan convivir en armonía, o en algo muy cercano a ella, con sus momentos escarpados.

Así que hoy, en este domingo de junio que coincide con esa fase en que la luna está mucho más cerca de nosotros, empieza una mini-fase (una semana) de absoluta soledad hasta que llegue el momento de marcharme al piso compartido al que me mudo. Sin Ikki, sin Hanna, sin la visita relámpago de Lennon. Sólo Ronan.

Estar mucho rato rodeado de mucha gente me agobia y me angustia. Y estar mucho rato a solas me hace mucho daño. Tengo que usar toda mi fuerza de voluntad para no caer en la desidia, en el desánimo y el abandono. Os parecerá una tontería, pero sólo el hecho de teclear en el blog ya es un pequeño pasito para luchar contra la Nada.

En días anteriores sentí que finalmente lo peor de la ruptura con Ikki había pasado y que ya me sentía bien y capacitado para empezar esa nueva vida con la que fantaseaba en la que poderme dar una vuelta de tuerca a mí mismo y convertirme en la persona que querría ser.

Pero al final voy descubriendo que este proceso no sé cuándo va a terminar. Hace un par de días Ikki "bromeaba" sobre salir y ligar sin cortapisas por fin, y yo sentía esa horrible mezcla de tristeza, dolor y rabia que te impide pensar en otra cosa y te invade de la cabeza a los pies. Y soy yo el que rompió. Todo el mundo me dice que es normal, pero normal o anormal, el caso es que esto está siendo como arrastrarse lentamente por el barro.

También me dicen que lo que tengo que hacer es ponerme las pilas y conocer a otros.

Y sabéis qué, la idea me aterroriza y me agobia.

Conocer a otros.

Y no sabes qué te vas a encontrar. Gente quizás de vuelta de todo, gente a la que le voy a parecer insípido y carente de atractivo, gente a la que le voy a dar absolutamente igual. 

Ikki era una persona de las que te llena muchísimo. Ya sabéis que no me llenaba en el sentido romántico de la palabra, pero emocionalmente, es como una cálida manta sobre tus hombros. Cariñoso, fiable, paciente, alegre casi siempre. Con el impulso necesario para hacer lo que hay que hacer. No es lo mismo pasar el rato con alguien que te quiere que con alguien que sólo quiere algo de ti. O que no quiere nada de ti.

Esta es la clave de todo: soy muy, muy, muy dependiente. Soy como un bebé en el cuerpo de un adulto, y para relacionarme con la gente necesito sentirme querido. Como un drogadicto del afecto. A mi alrededor necesito tener un círculo de gente que esté constantemente apoyándome y animándome, y he tenido la inmensa suerte de ir encontrándome gente así.

Pero es inevitable que lleguen momentos como este: Ikki, por muy amigos que hayamos decidido ser no puede estar ahí al 100% para mí, porque él lleva su carga, y no es lo mismo ser amigos a secas que amigos que eran novios. Pese a esto, es increíble el grado de apoyo que me está dando, y es algo que me hace admirarle aún más, y avergonzarme bastante de mí mismo.

Ahí le tienes: el chico con el que he roto, y en cuya posición yo estaría simple y llanamente muriéndome del dolor, siguiendo adelante y dándome todo el apoyo que puede. Sólo a ratos le surge de dentro un arranque de amargura y me echa cosas en cara, pero qué menos que eso.


Todo el mundo lleva su lucha privada por sacarse las castañas del fuego. Y yo debo hacer lo mismo. Chicos, no puedo evitar a ratos dejarme caer en el sofá, en el silencio de casa, o apoyarme en la barra del metro y ver a todos los desconocidos en medio del ruido del día a día, y sentirse totalmente desamparado. Pero es que no queda otra que apretar los dientes.

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