sábado, 11 de agosto de 2018

Volver



Y aquí estoy, más de un año después...

¿Qué ha ocurrido? ¿Ya no me apetece contar las cosas que me pasan? Cuando se es feliz no se tienen ganas de escribir, sólo de disfrutar de esa felicidad. ¿Es que ha sido un año tan feliz que no he tenido nada que contar? Bueno, esto definitivamente no es verdad. Para ser sincero, muy a menudo me encuentro pensando en las ganas que tendría de tener un rato para mí y poder explicar cosas que me pasan por la cabeza... Pero pasa ese momento, tengo ese rato que deseaba... y eso que quería contar ya no es lo primero en mi cabeza.

Sin embargo, lo que me ha pasado recientemente sí lo deseo contar. Para no mentir, hubo una entrada de este blog que escribí, y estaba lista para salir, con solo pulsar el botón de "Publicar". Pero finalmente decidí esperar y ver. Trataba de cómo mi mejor amiga, Aisha, ya apenas me escuchaba. Resulta que ha sido madre hace un par de años. Y lo sé: tu vida cambia completamente. Tus preocupaciones, tus prioridades, todo sufre un vuelco profundo. En algunos momentos tengo el temor de que simple y llanamente, nuestro camino se ha bifurcado, y con el tiempo no haremos más que alejarnos. Sí, lo admito, me enfado y me quedo hecho polvo cuando, al explicarle algo sobre un amigo del trabajo o un compañero del que ya le he hablado varias veces, tengo que volver al capítulo 1 y explicarle otra vez quién es y qué relación tengo con esa persona. Mientras ella me habla con tranquilidad de los "personajes principales", por nombre propio, de su vida, a los cuales conozco aunque sólo haya oído hablar de ellos. En algunos momentos no puedo evitar preguntarme si quizás no es ser madre el problema, sino que mis cosas le vayan interesando cada vez menos...

La verdad es que Aisha me da una de cal y otra de arena. Sí: luego hay días en que por fin me escucha de verdad, y puedo contarle un problema y escuchar su opinión de principio a fin. Una conversación de verdad. Y aunque no tanto como antaño, también a veces nos reímos con ese sentido del humor que no comparto exactamente con nadie más...

Por otro lado, en las últimas semanas, y a lo largo de dos semanas consecutivas, algo sorprendente me ha ocurrido: dos amigos importantísimos de mi pasado han vuelto. El primero es quizás el amigo con quien he tenido la relación más intensa de amistad de mi vida. Conocí a Antonio en primero de carrera, y él y otra amiga, pero sobre todo él, aunque no lo sepan, me salvaron la vida. Yo venía de una situación deprimente: acabado el instituto, mi mejor amigo desde pequeño estaba ya a otra cosa, con otra gente, y la única amiga que conservaba de esta época tenía serios problemas psiquiátricos, y poco después se revelaría como una persona intensamente tóxica. Es decir: tenía 18 años y a casi todos los efectos, estaba solo.

Y aparecieron Antonio y Aitana. Con los dos estaba por fin en casa. Me podía reír de verdad. Compartíamos gustos, risas, tiempo. Eran mis amigos, sin peros ni excepciones. Con Antonio tuve las conversaciones más largas y profundas de mi vida, tanto por teléfono, como en persona y por carta. Y entonces...

Sólo un par de años después, apareció gente nueva en el escenario, y Antonio comenzó su proceso de desaparición. Sí: fue un poco como volver al instituto, pero esto lo recuerdo como algo aún peor, porque nuestra amistad tenía muchas más capas que las que un niño o un adolescente puede tener. Fue horroroso. Mi relación con Antonio quedó reducida a la copia más pálida que pueda existir: sólo un par de mensajes de felicitación navideña y de cumpleaños anual. Resignarme a esto me costó mucho más tiempo que nuestros años "buenos", que apenas serían dos y medio.

Entre medias, a mitad de la veintena, tuve la siguiente gran crisis de mi vida, cuando me fui a estudiar a otra ciudad, muy muy lejos de la mía. El primer año y medio fue uno de una soledad como no la había conocido antes (anteriormente al menos había tenido familia). Sí, en mi nuevo entorno hice amigos, pero siendo realista, nuestra relación era mucho más circunstancial y menos sólida de lo que es una verdadera amistad. Todo aquel que lo haya vivido sabe que pocas soledades son comparables al terror de sentir que se aproxima el fin de semana y una gran masa de vacío se aproxima a ti.Y como guinda del pastel, fue en esta época que tuve mis dos primeros intentos de relación sentimental, los cuales acabaron en más dolor y soledad (después de un puñado de momentos maravillosos, todo hay que decirlo). Solo con el tiempo he podido entender que gran parte del problema es que lo que yo buscaba en esas relaciones tenía más que ver con la dependencia que con el amor, y esa es la receta del desastre.

Pero fue al final de esa segunda relación fracasada que intenté conocer a gente nueva, lejos de mi clase, donde ya entendía que no podía pedir algunas cosas. Y vaya si lo coseguí: aquí apareció Roberto, y una vez más, mi nuevo amigo (gracias al cual conocí a mi otro mejor amigo y a Ikki) me salvó la vida. Otra vez esa sensación: la de estar con alguien en quien de verdad te puedes apoyar. Con quien las ganas de verse son lo que provoca los encuentros y los planes, y no el compromiso, la pena o los exámenes. Un amigo de verdad. Tenía tanta confianza con Roberto y en Roberto, que le explicaba lo triste que me ponía lo que había pasado con Antonio, y cómo era ya la segunda vez que mi mejor amigo me daba de lado... Roberto me decía que no entendía cómo podían haberme hecho eso.

Pero en fin, un día lo iba a entender, porque él fue el siguiente. En su caso la desaparición fue también gradual, pero esta vez completa: desde hacía años no sabía absolutamente nada de él.

Y de repente... como decía al principio, ambos, con una diferencia de apenas unos días, han reaparecido en mi vida. Antonio me escribió: estaba de paso en la ciudad donde vivo ahora, y se preguntaba si nos podíamos ver. Y así lo hicimos. ¿Y lo más raro de todo? Fue como si desde la última vez hubiesen pasado apenas unos días.

A Roberto aún no lo he podido ver en persona. De pronto me escribió, diciéndome el motivo por el que no había contestado a mi ultimísimo intento de contactar con él a través de FB porque no había podido leerlo. Vale, no me sonó creíble, pero la verdad, lo único que me importa en este caso es la alegría de volver a saber de él.

¿Y ahora? ¿Será esto un chispazo momentáneo en el tiempo y volverán a desaparecer? Aquello, lo que fuera, que una vez les hizo querer alejarse de mí, ¿ha dejado de existir? No es fácil confiar otra vez por completo, porque todo lo que haya ocurrido una vez es susceptible de repetirse. De momento Antonio me ha seguido escribiendo. Ya no estamos horas al teléfono, pero no voy a pedir nada, sino solo dar gracias por lo que recibo. Roberto de momento no ha escrito más, pero no siento que vaya a volver a desaparecer.

Me han dado una gran alegría los dos, y me han hecho pensar que sí, a veces el mundo te da sorpresas positivas.

sábado, 29 de abril de 2017

Ausencia

En la entrada anterior mencionaba de pasada que un amigo estaba en paradero desconocido desde hacía un tiempo.

La realidad era que mi amigo P había muerto, y sólo lo supimos meses después.

Esto lo supe en febrero. Saber que P ya no estaba fue un golpe duro, y a día de hoy voy a reconocerlo, una parte de mí simplemente no se lo cree. No se lo puede creer. Cuando me cruzo con sus fotos, el pasado verano, con nuestra amiga M, lleno de alegría y de vida, con su sentido del humor, su profundidad, su inteligencia, su percepción especial del mundo, simplemente siento en el fondo de mí que ha habido una confusión y P está por ahí, quizá en otro país de viaje, y pronto va a volver.

Y al mismo tiempo esta pequeña puñalada me dice que eso es imposible y que P ya no está en el mundo. En el mundo ahora hay un agujero donde antes estaba P, y ya nunca nunca más va a volver. No me lo puedo creer.

P y yo, lo sé, no nos veíamos tanto. Yo no era su mejor amigo, y no sabía muchas cosas de él. Nuestra relación no se remontaba a tanto tiempo atrás. Y P era una persona bastante reservada. Sin embargo, le tenía un cariño enorme, y en una estima mucho mayor que a otra gente con la que me he relacionado mñas tiempo, porque cuando conocí a P y a M, sentí que estas eran dos personas con las que sí valía la pena pasar el tiempo, dos personas de las que te alegras de haber conocido. En la entrada anterior hablaba de cómo ya no deseaba dar cabida en mi vida a gente con la que en realidad no quiero estar, y mira, ahora he perdido a una de esas con quien sí deseaba estar.

En el mundo no hay reglas. Y si las hay, yo no las veo. Me gustaría creer en el karma, en la justicia divina, pero no puedo evitar saber que ocurren tragedias inmerecidas todos los días, y gente malvada que prospera y lleva vidas felices. La vida no sigue un guión, aunque a veces pueda parecerlo, y en cualquier momento cosas terribles pueden suceder, sin que tengan ningún sentido. Sí, también ocurren cosas buenas, y uno puede estar tentado de pensar que "se lo merece" y que esto es una especie de premio. Es verdad, a veces el esfuerzo y la perseverancia dan sus frutos, pero nunca podemos sacar de la ecuación al azar, al caos.

Lo siento por esta entrada inconexa. Este año me han ocurrido muchas cosas buenas, y concretamente esta semana ocurrió algo que provocó un cierto revuelo a mi alrededor. Algo del mundo laboral. Todo el mundo me felicitó, me dijo que era un milagro.

Y yo he sentido una gran ansiedad recibiendo esas felicitaciones, sonriendo y tratando de decir las cosas que se esperaban de mí. En realidad todos tienen razón en alegrarse y felicitarme, y es absurdo que yo me sienta agobiado. Para no mentir, quizás mi gran alegría fue poder escapar del mundo de la sanidad, y después de esa inmensa alegría que sentí cuando supe que aprobé el examen que me permitiría dejar ese mundo, ya lo demás sólo puede ser una guinda. ¿Es por eso?

En cualquier caso, la realidad es que yo me sentí como me sentí, y eso me ha agobiado. Me ha agobiado tener que fingir unas emociones que no siento, y me ha agobiado sentirme raro por no sentir lo que se supone que debo sentir. Quizás tenía que haber sido más sincero con la gente, pero ¿cómo les explico eso? Y ¿cómo de desagradecido sonaría cuando sé que muchos desearían estar en mi lugar en este caso? Así que no he tenido más remedio que tragar y ponerme la máscara.

Quizás es que me faltan cosas que, en el fondo, considero más importantes que el el trabajo, y sin tenerlas no puedo sentir tanta alegría por un motivo laboral. Me falta P, me falta M que era pare de nuestro trío de amigos y no vuelve hasta dentro de muchos meses, me falta más gente como P y M. Quizá también soy una persona rara y en el fondo las cosas laborales no me importan tanto, y nunca me van a hacer tan feliz como a otra gente, y no pasa nada por ser así porque cada uno es como es.

A veces escucho a artistas hablar o actuar, y veo las vidas tan personales que llevan, cómo se ponen el mund por montera y son capaces de decir y hacer cosas escandalosas, y ser completamente fieles a sus deseos, y les envidio. Qué libertad, tener el valor de sacar a la luz toda tu rareza interior y no sentir ninguna vergüenza.

P, todo lo que quería decirte te lo puse ya en una carta, pero me parece que siempre seguiré queriendo decirte cosas. Perdóname por no haber ido contigo a dibujar. No sabes cuánto me arrepiento. Te echo muchísimo de menos.

miércoles, 11 de enero de 2017

Un 50% menos de azúcar

Este año me he hecho un propósito un tanto difuso y difícil de explicar. Es algo así como una nueva actitud ante la vida: se trata de ser más auténtico. De luchar por serlo.

Me explico. Una constante en mi vida es que trato de agradar y adaptarme a los demás. Ser amable está muy bien, y es una cualidad que yo también aprecio en los demás. Pero también te mete en problemas y en muchas ocasiones realmente sólo sirve para hacerte más daño a ti y a los demás. Con esto no quiero decir que tenga la intención de convertirme en una de esas personas que enarbolan la bandera de la sinceridad descarnada y van por ahí diciéndoles a la cara a todo el mundo sus opiniones, por muy agresivas que sean (y a menudo encajándolo muy mal cuando otros se comportan igual con ellos). Mi intención es no meterme en camisas de once varas por no expresarme con claridad o no saber decir no, no involucrarme en cosas que no me interesan por pena o por compromiso; perseguir lo que de verdad deseo sin importar si es algo que los demás puedan o no entender; hablar de mis verdaderos gustos sin maquillarlos de niguna manera. Y también, eligiendo callar o hablar menos de lo que se espere de mí cuando así me apetezca.

Lo sé, es todo un poco vago, pero tiene sentido. A lo largo de mi vida, por culpa de la tibieza con que suelo comportarme, voy agarrando lastres y metiéndome en compromisos que en ocasiones no me aportan nada. El síntoma más claro es que hay determinadas personas a mi alrededor con las que me relaciono que, vamos a admitirlo, no me resultan nada interesantes. Y no hablo de compañeros de trabajo o gente del día a día: hablo de, por ejemplo, un "supuesto" amigo que da la sensación de querer algo conmigo desde que nos conocimos hace un tiempo. A estas alturas ya debería haberle quedado claro que nada va a pasar entre nosotros, y ya no sólo porque yo esté con Ikki. Antonio, nombre figurado, no es mala gente, pero la realidad es que no me resulta nada interesante, y sus gustos y los míos no tienen nada que ver. Si alguien viera nuestras conversaciones por whatsapp quizás se sorprendería, porque a menudo me he molestado en escribir largas parrafadas, en un intento de que la conversación vaya más allá de "y qué tal, bien, y tú, bien", y finalmente mi pantalla está llena de texto verde y un poquito de texto gris. No tiene ningún sentido. Y la razón es porque siento la (absurda) obligación de ser simpático con Antonio y mantener la conversación viva ya que me ha escrito.

En este ejemplo concreto mi intención es dejar de hacer estos esfuerzos, y si la conversación es inerte, será porque nuestra relación en el fondo también lo es.

¿Sabéis el problema? Que tengo muchos Antonios/as, sólo que con otros nombres y otras características. Antonios que hablan y hablan y nunca me preguntan nada. Antonios a los que tengo aprecio por las experiencias compartidas pero con los que la conversación no termina de arrancar nunca porque estamos en longitudes de onda muy distintas. Antonios cuyo carácter en realidad me saca de quicio pero con los que me siento incapaz de cortar la relación (punto a mi favor: el año pasado tuve una bronca con un Antonio de este tipo, y la relación se disolvió por completo). Todos tenemos pegas y cada amigo que hacemos tiene sus virtudes y defectos, pero los Antonios no son amigos: son cargas.

Quitarme a esa gente de encima tiene además un precio, y es que uno inevitablemente se queda más solo. Hacer amigos buenos es muy difícil, y además yo ya he empezado este año despidiéndome de una y con otro en paradero desconocido (larga historia). Estos amigos artificiales realmente no te aportan nada, pero la realidad es que a veces, igual que una golosina te quita el hambre de manera pasajera, te pueden hacer sentir un poco más acompañado por un rato. Perdiéndolos sé que me esperarán más ratos de soledad, pero también espero librarme de esa sensación de estar viviendo cosas falsas, de hacer cosas por compromiso, de estar por estar.

Me he centrado en este tipo de amigos-que-no-son-amigos, pero la realidad es que mi tendencia a no desagradar me lleva a muchas otras situaciones incluso ridículas. A comienzos de este año me plantée si volver a una clase a la que me apunté por placer, y que estaba siendo una gran decepción. Muchos alumnos han abandonado la clase en desbandada, y por ridículo que pueda parecer, me sentía culpable de hacerlo yo también. Si también falto yo, ¿se sentirá mal el profesor? Cuando nos dén el cuestionario de satisfacción, ¿pondré una buena nota para que no se deprima? ¿Vas a dejar un curso a medias? Este tipo de cosas me pesaban en la conciencia. Finalmente he decidido luchar contra ese impulso, y dejar la clase. Lo siento, profesor X, la realidad es que por lo menos ahora mismo no sabes enseñar, y el curso no me está sirviendo. Esto sólo me está quitando tiempo, y es ridículo hacer un curso voluntario sólo por un absurdo sentido de la responsabilidad.

Una última cosa antes de terminar. Una consecuencia indirecta de esta actitud de hacer las cosas por compromiso es que en muchas ocasiones te puedes ver solo cuando las situaciones llegan a un punto en el que los demás se plantan. De repente esa persona a la que te esforzabas por no fallar te deja tirado ipso facto en cuanto ya no le convienes. Esa clase que te daba pena dejar se queda vacía, y a ti, que tampoco te gustaba, te toca quedarte solo en ella. Esa persona a la que esperabas para comer juntos, cuando llega ya ha comido, y te queda comer solo y a destiempo.

Así que este es mi propósito para el nuevo año. Vivir con más autenticidad, establecer relaciones con gente que de verdad me merezca la pena, buscar las actividades que de verdad me gusten.

lunes, 15 de agosto de 2016

Mi mano y mi boca

Escribo esta entrada tecleando con la mano izquierda. Recientemente tuve un accidente que me dejó como resultado mi mano derecha inutilizada durante unas cuantas semanas. Como nunca he sido muy deportista, el tener accidentes es algo raro, casi nuevo, para mí. El caso es que este accidente, que me hace llevar un vendaje bastante aparatoso en el brazo, ha provocado una serie de situaciones y experiencias que... de repente te hacen ver las cosas de otra manera. Se abre la caja de pandora, y de pronto muchas cosas inesperadas ocurren.

La reacción de la gente puede no ser la que esperas, y en todo caso es muy variada. Determinada gente se asustó al verme, y me preguntaron cómo me lo había hecho. Una amiga a la que aprecio mucho pero que no considero muy cercana, me miró muy seria y me dijo que cómo no la avisé en aquel momento (fui al hospital, que estaba cerca en todo caso, yo solo, etc). Me sentí fatal por no haberla informado antes, y pensé que quizás tenía que haber pasado por aquello acompañado. Me salgo del tema, pero en los últimos diez años, desde que con 25 me fui de casa para estudiar en otra ciudad, me he ido volviendo más y más independiente, y a veces me preocupa porque no sé si esto es normal... Pero esto es asunto de otra entrada. Otros amigos, con los que tengo en teoría una relación más cercana, apenas dedicaron cinco minutos al tema. El caso es que toda esta situación me ha hecho ver con total claridad a quiénes quiero y valoro más, porque mis sentimientos respecto a la reacción de la gente han sido muy significativos. El día del accidente me fui a la cama con una enorme tristeza y decepción por no haber recibido la llamada de dos personas muy concretas. Otra amiga, de la cual no esperaba que tendría ese detalle, me llamó sin embargo y me interrogó durante largo rato todos los detalles de la historia... Algo que al final pocos han hecho. En los casos más extremos la reacción prácticamente ha sido igual que si hubiese llevado una pequeña tirita en el brazo. Sin embargo, con el resto de gente que tuvo esa no-reacción no he sentido esa decepción ni de lejos.

Resulta que mi mejor amiga y mi novio Ikki fueron dos de las personas que me decepcionaron. En el caso de Aisha, cuando llamó, un día más tarde, lo que ya me dolió mucho, empezó hablándome de las implicaciones burocráticas del tema. Y ya después me preguntó ("Y bueno, la pregunta del millón") cómo ocurrió todo. Era verdad que esto no es un accidente grave en principio, que se curará y quedará bien, espero, y que el problema principal puede ser burocrático. Pero la verdad, que aún así no me empezara preguntando por la parte "personal" de la historia me hizo sentirme fatal.

El caso de Ikki fue que tres días más tarde tenía un viaje de tres días programado para ir a su pueblo, al que va cada mes, mes y medio. Y allá que se fue. Yo, el sábado por la mañana, en la cama, entendí de golpe, como una revelación que entiendes al rato, la rabia que sentía porque aún así no hubiese sacrificado sus planes y se hubiese quedado conmigo.

Hablé con ambos sobre ambas cosas.

Y aquí entro en el segundo tema del que quería hablar: ¿sirve de algo hacerle saber a los demás las cosas que han hecho que te han hecho daño? La respuesta de libro es que sí. Constantemnte se nos bombardea con la idea de que lo mejor que hay es hablar. Decir lo que te pasa, expresar tus deseos, necesidades, preocupaciones. Pero la verdad, yo al final no sé si es mejor hablar o no, chicos.

Ambas fueron conversaciones incómodas y horribles, con silencios y reproches defensivos. Con ambos hemos pasado página al final, en el caso de Ikki con la propuesta de tratar de cambiar las cosas, y en el caso de Aisha, simplemente dejándolo atrás y no volviendo a sacar el tema. Hay una razón por la que la mayoría nos callamos las cosas y sólo nos desahogamos con un tercero, y es que reprocharle algo a alguien el 95% de las veces sólo provoca que esa persona se defienda haciéndote a ti otros reproches, y que tu relación con ella se enturbie y quizás incluso termine. Uno es esclavo de sus palabras.  Así me ocurrió recientemente con mi ex amiga Elisabeth, como conté en otra entrada, aunque la verdad en el caso de ella cortar esa relación fue algo positivo.

Ikki y Aisha son importantísimos para mí y nuestra relación mucho más fuerte, como para poder soportar más golpes, pero aún así quizás cada pelea la erosiona un poco más... y al final no sabes qué podías hacer. Porque también me queda claro que de no haber hablado con ellos, me quemaría por dentro la rabia y la decepción. Así que te ves obligado a elegir entre las emociones contenidas que te corroen por dentro, y la culpabilidad y la incomodidad que te causan sacar esas emociones afuera.

No veo la salida.

lunes, 1 de agosto de 2016

Lo que de verdad sentimos



Estuve leyendo sobre un documental que hablaba de cómo un familiar de Freud (¿su sobrino?) revolucionó el mundo de la comunicación y la publicidad, cuando descubrió cómo las emociones guiabana a la gente a la hora de consumir y votar. Ponía unos cuantos ejemplos que de verdad son como para quedarte helado.

Resulta que en la fabricación de postres instantáneos de sobre, las ventas no despegaron hasta que se les ocurrió que a los polvos hubiera que añadir un huevo. ¿La explicación? Que las amas de casa (fue hace muchos años) se sentían culpables haciendo una comida que no les requería ningún esfuerzo culinario. En cambio si tenían que añadir un huevo a la mezcla, ya estaban "cocinando" más y podían sentir que eran unas dignas amas de casa cocinando para sus familias. Otro ejemplo fue la táctica que se empleó para aumentar el consumo de tabaco entre las mujeres. Al parecer los estudios revelaron que lo percibían como un objeto fálico, y fumar era algo así como una muestra de sumisión. Así que plantaron a unas actrices fumando entre un grupo de manifestantes del sufragio universal, las fotografiaron y escribieron notas de prensa en las que expresaban que el derecho a fumar tenía que ser una conquista más del feminsimo. Las mujeres liberadas fumaban. Este caso me resulta particularmente indignante porque no sólo influyeron a muchísima gente a adoptar un hábito (que encima es dañino) engañando a la gente, sino que encima lo hicieron haciéndoles creer que estaban siendo más libres que nunca.

Esto ocurría hace décadas, pero es obvio que los descubrimientos de este tipo cambiaron la sociedad hasta hoy, y con el tiempo el grado de manipulación sólo ha ido a más, descubiréndose qué mezclas de colores resultan más atractivas para el consumidor o envían qué mensajes... Al parecer, el hecho de que en Burger King las servilletas sean de color sepia se debe a que el consumidor inconscientemente lo percibe como más "ecológico", porque tienen pinta de ser recicladas...

Uno de los temas que me obsesiona es saber hasta qué punto estamos influidos por lo que nos rodea, cuándo estamos adoptando opiniones como hechos, o tomando prestadas interpretaciones ajenas expresadas por gente con el carisma suficiente para que todo lo que sale de su boca parezca indiscutible. ¿Hasta qué punto somos dueños de nuestras opiniones y creencias?

Los ejemplos son ilimitados. Los premios culturales, pongamos por caso. Cuando se aproxima la época de los Oscar, empieza el sutil bombardeo de pelis que "debemos" ver, porque son lo mejor del año. El pasado año, sin ir más lejos, la peli ganadora me pareció completamente insípida (pero entre las nominadas por otros motivos me parecía que estaba la mejor, por goleada, y no sé cómo pudo no ganar). Y en esta ocasión digamos que tuve el valor de expresarlo abiertamente. Sin embargo, en otras ocasiones, me he visto asintiendo con la cabeza y siguiendo la corriente a una multitud que expresaba su admiración por tal peli que a mí me había resultado mala, o peor aún, manipuladora. Hay un ejemplo concreto de una peli que muchísima gente cita entre sus favoritas de siempre, que no voy a revelar, que con el paso del tiempo me ha ido pareciendo más y más odiosa; por lo simplista, a ratos grotesca y manipuladora que es. Como guinda del pastel, se nota muchísimo cómo el director de la peli se elige para sí mismo el personaje más carismático y acaba haciendo una especie de autohomenaje  (porque además es obvio que hace de sí mismo). Sin embargo, la peli tiene a su favor un factor poderosísimo: una historia esperanzadora de tragedia y esperanza, que hace que criticarla te haga parecer un monstruo.

Admiro mucho a a esas personas capaces de ponerse el mundo por montera y expresar con sinceridad sus opiniones más impopulares, a veces incluso escandalosas. Y pienso incluso que la sociedad avanza gracias a ellos; gracias a la persona que es capaz de apuntar con el dedo al emperador y decir en voz alta que está desnudo. Lo fácil es hacer lo que la mayoría hacemos gran parte del rato: sonreír y opinar lo que sea que toque opinar.

Uno de los objetivos que me pongo cada año es tratar de ser más "auténtico" en ese sentido, más asertivo, y ser capaz de expresar lo que de verdad me parecen las cosas, sin agresividad y sin miedo a caer mal. Supongo que es una lucha constante, una cosa del día a día, que se trabaja en momentos grandes, y sobre todo en los más insignificantes pero más numerosos.

miércoles, 20 de julio de 2016

Recta final



Con todo el tema de "ver señales" tengo una relación ambivalente. Por un lado, no creo en el destino ni en ese tipo de cosas. Creo que nuestra vida está gobernada por el caos, la casualidad, la suerte, llámalo como quieras. Eso no quiere decir que la actitud personal no pueda influir (y lo haga) en el desarrollo de nuestras vidas, que si uno se esfuerza en algo aumenta las probabilidades de conseguirlo, y que el desear mucho algo es a menudo (¿casi siempre?) condición imprescindible para finalmente alcanzarlo. Pero todo el deseo y la voluntad del mundo no garantizan nada al cien por cien.

Sin embargo, uno es contradictorio, y al mismo tiempo que creo todo lo que he dicho arriba, a veces me ocurren cosas que no puedo evitar ver como señales. Y una de ellas ocurrió hace unos días, este sábado. Saliendo de mi calle, me encontré con el curioso espectáculo que se muestra en la foto de más arriba. Alguien decididó hacer una limpia a fondo de un montón de trastos, y de alguna manera me parecía sentir una cierta furia en la actitud de quien quiera que hizo esto. Ese montón abigarrado de cosas, donde abundaba el papel, no fue resultado de un mínimo esfuerzo por reciclar o separar: es como si esa persona hubiese cogido un enorme saco negro, lo hubiese llenado hasta arriba de todo lo que le sobraba y lo hubiese vomitado en plena calle.

El caso es que en cuanto vi el montón, lo primero que me llamó la atención fue ese libro de tapas verdes que se vislumbra en la foto: un manual de enfermería. Me acerqué a observar bien. No había duda: el antiguo dueño de toda esta basura era enfermero. La revista mensual del Colegio Oficial en su funda de plástico, sin abrir, más manuales de enfermería, colecciones de fascículos sobre todo tipo de temas sanitarios... y también, pelis en VHS como por ejemplo Terminator, muy apropiada.

El lunes siguiente, el de antes de ayer, una llamada telefónica puso en marcha el engranaje que significará el final, quizá definitivo, de mi carrera como enfermero. Para bien: estamos en la recta final de un proceso de búsqueda de una salida que ya llevaba bastante tiempo gestándose.

El sitio donde por ahora estoy trabajando no es ni por asomo igual de espantoso que algunos de mis empleos anteriores. Mis superiores me han tratado bien, y con los compañeros, aunque haya habido algún momento desagradable con personas muy concretas, nadie se acerca tampoco ni remotamente a la hostilidad que otros me mostraron y la ansiedad y el sufrimiento que me hicieron sentir. Así que este va a ser un punto y final bastante dulce, pese a lo anterior. Lo que me espera ahora es una incógnita, y junto a la esperanza no puedo evitar sentir un cierto miedo. Mucha gente, junto a la sorpresa por el cambio de tercio, me dicen que tiene pinta de ser algo muy bueno, y que seguro que estaré bien. Ojalá tengan razón.

A modo de despedida, he estado pensando en cómo uno tiende a embellecer (o "suavizar") ciertos rescuerdos tristes, y puede acabar incluso echando de menos cosas que en su momento le hicieron sentir mal. Así que quisiera dejar aquí constancia, ahora que las tengo frescas en la memoria, de todas esas situaciones infernales que he vivido en este mundo, para que si algún día me ataca la nostalgia, combatirla con un poco de realidad. Sin ningún orden de prioridad, y sin hablar de las cosas que ya sabemos todos que son intrínsecas al trabajo (la muerte del paciente, la enfermedad incurable):

-Esas situaciones de urgencia que te atenazan la garganta y donde el tiempo se ralentiza. Aquel familiar que un momento así podía haber ayudado prestando aquel concentrador de oxígeno que el anciano que cuidaba ya no necesitaba, y se negó. La verdadera cara de muchas personas amables cuando se trata de hacer, y no sólo de decir.
-Médicos déspotas que por estrés o arrogancia te tratan como a una basura. Esa situación inolvidable con la anciana que se golpeó la cabeza y el médico tirando por tierra tu trabajo, arrinconándote y humillándote sin sentido frente a una compañera, y después frente otra, otra vez.
-Compañeros maltratándote, percibiendo debilidad en ti y amparándose en el grupo para hablarte mal, dejarte de lado o echarte en cara cosas a gritos. Aquella tarde en aquel hospital respondiendo sin parar a habitaciones que llamaban al timbre y haciendo cosas de aquí para allá mientras tus compañeras jugaban al parchís. Sí: cómo pude ser tan tonto.
-Pacientes y familiares de estrato social elevado, empleando su posición para doblegar las normas en su beneficio, obstruyendo tu trabajo. El cliente siempre tiene la razón, y si es rico, más.
-Ratios de pacientes ihumanas e imposibles. 130 pacientes para un solo enfermero. 
-Muchos de ellos echándote en cara que no hayas venido "antes".
-Pacientes dementes, que tratarán de golpearte, arañarte, morderte, atacarte con los cubiertos, que te darán patadas mientras intentas curarlos, que se negarán a tomar esa medicación que necesitan.
-Un teléfono en tu bolsillo que no para de sonar. Ser el colador de las llamadas al centro: las llamadas para el médico también van a ti, porque es un ogro y te emplean a ti para que hagas de mensajero y recibas las malas caras, la broncas, los sermones. Las peguntas tontas van a a ti, los recados que otros podrían hacer van a ti, la responsabilidad de todo va a ti porque las auxiliares tienen el beneficio de tener demasiada poca responsabilidad y el médico es la intimidante vaca sagrada a quien nadie se atreve a cuestionar, así que el cabeza de turco ideal eres tú.
-Jefes y compañeros que no entienden que el tiempo del que dispones para hacer la tarea es limitado, pero la tarea es potencialmente infinita, porque al trabajo habitual se puede sumar (y ocurrirá) cualquier urgencia imaginable, se puede sumar un familiar que desea echarte una larga bronca por motivos que pueden perfectamente escapar a tu control, se puede sumar una auxiliar que haciendo su trabajo a toda prisa haga una terrible rozadura a un paciente que deberás curar tú dejando de lado lo demás (con lo cual nunca tendrán excesivo cuidado en su trabajo a menos que tengan verdadera vocación, ya que las consecuencias de su descuido nunca repercutirán en ellas).
-La situación anterior ocurriendo en una punta del edificio de cuatro plantas y tú estando en la punta contraria
-La imposibilidad, a causa de todo ello, de hacer tu pausa legalmente establecida de veinte minutos para comer porque el tiempo simplemente no te alcanza. Salir media hora, o una, o una y media más tarde por igual motivo. Entrar media hora antes tratando de paliar esa situación. Que nadie te lo agradezca nunca. Que te lo usen incluso como motivo de despido (verídico).
-El fuerte agotamiento físico y mental que puedes llegar a sentir. Y que a nadie le importará: cuando te pones ese uniforme blanco encima, pierdes varios grados en la escala de la humanidad y te conviertes a ojos de los demás en una máquina de servir, que debe acudir ipso facto a comprobar las constantes de fulanito/a cuando se maree, pero de quien nadie se planteará que también tiene un cuerpo y unos sentimientos que pueden sufrir daños, puede tener bajadas de tensión, dolores de cabeza, dolores de rodilla por el sobreesfuerzo de pasarse horas corriendo de un lado para otro tratando de llegar a todo, puede tener tristeza por las cosas que han ocurrido, pero será muy difícil que alguien se dé cuenta y le importe, porque eres sólo el enfermero, no un paciente.
-El enorme aburrimiento que pude llegar a sentir con la monotonía de ciertas tareas. Tomar la tensión: odio tomar tensiones.
-Compañeros que, con contadísimas excepciones, siempre he sentido que estaban en otra longitud de onda. Darte cuenta de que eras una persona de letras metida en un mundo de ciencias, algo que se nota mucho. Aunque he mencionado a gente horrible, también me he topado con mucha gente maravillosa y excelentes profesionales, pero con los que nunca pude hablar (hablar de verdad, no de decir "sí, está guay") de un libro, o una peli, o de algo digamos del mundo de las ideas.


Creo que voy a parar ya porque esto es como la caja de Pandora, y cuanto más sacas más sale. Aquí queda eso.

Cuando desée por primera vez hacer estos estudios, tenía muchísima ilusión, y deseaba sentir esa sensación tan especial de cuando haces algo útil por alguien. Pese a todas estas experiencias horribles que enumero, y que finalmente han pesado más, la enfermería también me ha dado momentos preciosos, y ha sido maravilloso vivirlos. Conectar con un paciente, y ver su sonrisa cuando se entera de que estás de turno ese día. Sentir que le haces más agradable la hospitalización a una persona. Salvar una vida con tu actuación (esto, de forma clara e inequívoca, sólo lo viví una vez). Sentirte útil, en definitiva, es algo que te llena muchísimo.

Así que, con este resumen desordenado de las cosas que he vivido vestido con el uniforme blanco y en ocasiones verde, cierro este capítulo de mi vida.

Y me preparo para darle la bienvenida el siguiente. ¡Allá vamos!

lunes, 16 de mayo de 2016

Elisabeth, los amigos y los "amigos"


Recientemente tuve una discusión con mi amiga Elisabeth. Desde entonces nuestra amistad ha terminado, seguramente para siempre, y yo he reflexionado muchísimo sobre el tema de la amistad.
Pero antes de hablar de eso, tengo que explicar un poco cómo era Elisabeth y mi relación con ella, porque son detalles cruciales en todo esto.

Hará unos dos años conocí a Elisabeth, en un vuelo de mi ciudad a esta en la que vivo. Antes de despegar, ella se despachaba por teléfono con alguien que, por lo que decía, era claramente su ex. Hablaba en voz lo bastante alta y daba los suficientes datos como hacer partícipes de toda su historia a todos los que estábamos a su alrededor. Yo fui a ponerme los auriculares para ver una película (en esta época se empezó a autorizar el uso de aparatos también antes de despegar), pero no llegué a tener tiempo, ya que un instante antes de enchufarlos, Elisabeth se dirigió a mí sin rodeos:

-Qué, lo has oído todo, ¿no? Ya ves qué cabrón es mi ex.

Una de sus virtudes es esa enorme extroversión y esa naturalidad que tiene, y que le permiten hacer amigos con increíble facilidad allá donde va. Después de un principio así, ya nos pasamos el resto del viaje hablando, y por su franqueza yo también me animé a contarle cosas mías muy personales: mi ruptura con Ikki un año atrás y nuestro regreso; y mi sensación de soledad en esta ciudad a menudo. Elisabeth me explicó que venía a esta ciudad en circunstancias un poco imprevistas y al final no tenía realmente muchos planes, así que al llegar al aeropuerto nos pidió a mí y a Ikki (que me esperaba en el aeropuerto, y flipó un poco con la nueva y repentina amiga) que la acompañáramos a su hotel.  Durante los siguientes diez días o así que se quedó aquí, quedamos varias veces, consolidando esta amistad inesperada.

¿Y qué sentía yo al respecto? Me gustaba la confianza que te daba Elisabeth nada más conocerte, y que permitía establecer una amistad íntima con mucha más rapidez de lo normal. Yo soy una persona bastante reservada y no me es fácil abrirme de verdad a los demás, así que esta extroversión suya me ayudaba mucho o "pasar fases" de la amistad muy rápido. Al mismo tiempo, veía unas enormes diferencias entre Elisabeth y yo, y esto me agobiaba bastante. Elisabeth se acerca mucho al perfil de lo que habitualmente conocemos por una choni, es prácticamente el tipo de chica que podría ir a un concurso de buscar pareja de la tele (sí, exactamente a ese que piensas), le gusta ir de compras y hablar de dinero y lujos, y de guaperas salidos de este tipo de programas. Sentía que hasta cierto punto, era una amistad contra natura (ella misma decía que era capaz de ser amiga de gente como yo o Ikki porque era muy "hippy"). Además, me daba la impresión de que Elisabeth me veía como una especie de amigo-mascota: el mejor amigo gay que sirve de paño de lágrimas, te da consejitos y te escucha.

Nuestra gran discusión, para resumir, vino porque, coincidiendo con otra visita suya a esta ciudad, en un momento en el que yo necesité su ayuda, o al menos su participación, para algo que para mí era muy importante, Elisabeth apenas se dejó ver. Precisamente en esta época, sus antiguos amigos, que habían vivido aquí anteriormente, habían vuelto, y por lo que pude ver a ellos sí los vio bastante durante esos días. Elisabeth se cogió un cabreo tremendo cuando le dije que estaba molesto, y me dijo que mis motivos eran una chorrada, que vaya concepto de la amistad tenía, y más cosas por el estilo. Si yo ya estaba molesto con ella por eso, su reacción ya fue el último clavo en el ataúd. Sentí que confirmaba mi impresión de que esta amistad no tenía ningún sentido, y que Elisabeth no sólo no me aportaba nada, sino que me quitaba. Desde entonces no henos vuelto a hablar, y con suerte no lo haremos nunca.

Yo me hice la promesa de no volver a dejar entrar en mi vida a ninguna persona tóxica más, y como decía al principio, entré en una larga reflexión sobre la amistad y las relaciones que establecemos con la gente.

Desde que vivo aquí he ido tratabdo de hacer nuevos amigos, y en este tiempo, con más o menos dificultad, he ido conociendo a bastante gente. Si los pongo en una balanza con mis amigos "de siempre" de mi ciudad, sin embargo, siempre salen perdiendo, y la pregunta que me hago siempre es que si algo me pasara y tuviese que ser por ejemplo hospitalizado, aparte de Ikki, ¿quién sería ese amigo/a que estaría ahí?  ¿Quién es esa persona para la que puedes ser incluido en cualquier plan? ¿Para quien eres uno de los imprescindibles el día de su cumpleaños? ¿Quién está en ese escalafón de amigo-con-todas-las-letras?

Quizás llegada una cierta edad crear nuevos lazos así de intensos es ya casi imposible, y la gente se centra más en sus familias y su círculo de siempre, así que lo que pido es imposible. Quizá yo soy una persona demasiado reservada, y me he vuelto muy independiente: a menudo siento que disfruto mucho de simplemente ponerme a escribir o ir a ver cosas por mi cuenta sin dar cuentas a nadie. Tengo momeentos en que, sentado en un autobús yendo hacia cualquier sitio, leyendo un libro mecido por el movimiento, me siento feliz.

Pero desde luego también tengo esos sábados y domingos en que Ikki está fuera por la razón que sea, y esos amigos que he ido conociendo tienen otros planes con sus otros amigos (¿de primera fila?) o sus familias. Y entonces me siento muy solo y me doy cuenta de que no se puede ser completamente feliz sin gente a tu alrededor por muy independiente que seas o creas ser.

Y entonces llegamos a uno de los dilemas a los que más vueltas le doy: ¿uno debe ser "exigente" y buscar a personas con las que tenga una afinidad real? ¿Y por tanto arriesgarse a quedarse solo, ya que esto no es nada fácil? ¿O bien debemos valorar el que una persona desee ser muestra amiga, y por muy poca afinidad que tengamos con ella, debemos adaptarnos aunque nos aburramos un poco o sintamos que estamos "anulando" un poco nuestra personalidad para estar con ella?

Las dos opciones tienen muchos peros, y en este bucle me encuentro. Una cosa es segura, y es lo que he aprendido con Elisabeth: no todo vale, y si tu instinto te dice que alguien sólo te va a parasitar, no vale la pena aceptar su compañía por no estar solo.