miércoles, 20 de julio de 2016

Recta final



Con todo el tema de "ver señales" tengo una relación ambivalente. Por un lado, no creo en el destino ni en ese tipo de cosas. Creo que nuestra vida está gobernada por el caos, la casualidad, la suerte, llámalo como quieras. Eso no quiere decir que la actitud personal no pueda influir (y lo haga) en el desarrollo de nuestras vidas, que si uno se esfuerza en algo aumenta las probabilidades de conseguirlo, y que el desear mucho algo es a menudo (¿casi siempre?) condición imprescindible para finalmente alcanzarlo. Pero todo el deseo y la voluntad del mundo no garantizan nada al cien por cien.

Sin embargo, uno es contradictorio, y al mismo tiempo que creo todo lo que he dicho arriba, a veces me ocurren cosas que no puedo evitar ver como señales. Y una de ellas ocurrió hace unos días, este sábado. Saliendo de mi calle, me encontré con el curioso espectáculo que se muestra en la foto de más arriba. Alguien decididó hacer una limpia a fondo de un montón de trastos, y de alguna manera me parecía sentir una cierta furia en la actitud de quien quiera que hizo esto. Ese montón abigarrado de cosas, donde abundaba el papel, no fue resultado de un mínimo esfuerzo por reciclar o separar: es como si esa persona hubiese cogido un enorme saco negro, lo hubiese llenado hasta arriba de todo lo que le sobraba y lo hubiese vomitado en plena calle.

El caso es que en cuanto vi el montón, lo primero que me llamó la atención fue ese libro de tapas verdes que se vislumbra en la foto: un manual de enfermería. Me acerqué a observar bien. No había duda: el antiguo dueño de toda esta basura era enfermero. La revista mensual del Colegio Oficial en su funda de plástico, sin abrir, más manuales de enfermería, colecciones de fascículos sobre todo tipo de temas sanitarios... y también, pelis en VHS como por ejemplo Terminator, muy apropiada.

El lunes siguiente, el de antes de ayer, una llamada telefónica puso en marcha el engranaje que significará el final, quizá definitivo, de mi carrera como enfermero. Para bien: estamos en la recta final de un proceso de búsqueda de una salida que ya llevaba bastante tiempo gestándose.

El sitio donde por ahora estoy trabajando no es ni por asomo igual de espantoso que algunos de mis empleos anteriores. Mis superiores me han tratado bien, y con los compañeros, aunque haya habido algún momento desagradable con personas muy concretas, nadie se acerca tampoco ni remotamente a la hostilidad que otros me mostraron y la ansiedad y el sufrimiento que me hicieron sentir. Así que este va a ser un punto y final bastante dulce, pese a lo anterior. Lo que me espera ahora es una incógnita, y junto a la esperanza no puedo evitar sentir un cierto miedo. Mucha gente, junto a la sorpresa por el cambio de tercio, me dicen que tiene pinta de ser algo muy bueno, y que seguro que estaré bien. Ojalá tengan razón.

A modo de despedida, he estado pensando en cómo uno tiende a embellecer (o "suavizar") ciertos rescuerdos tristes, y puede acabar incluso echando de menos cosas que en su momento le hicieron sentir mal. Así que quisiera dejar aquí constancia, ahora que las tengo frescas en la memoria, de todas esas situaciones infernales que he vivido en este mundo, para que si algún día me ataca la nostalgia, combatirla con un poco de realidad. Sin ningún orden de prioridad, y sin hablar de las cosas que ya sabemos todos que son intrínsecas al trabajo (la muerte del paciente, la enfermedad incurable):

-Esas situaciones de urgencia que te atenazan la garganta y donde el tiempo se ralentiza. Aquel familiar que un momento así podía haber ayudado prestando aquel concentrador de oxígeno que el anciano que cuidaba ya no necesitaba, y se negó. La verdadera cara de muchas personas amables cuando se trata de hacer, y no sólo de decir.
-Médicos déspotas que por estrés o arrogancia te tratan como a una basura. Esa situación inolvidable con la anciana que se golpeó la cabeza y el médico tirando por tierra tu trabajo, arrinconándote y humillándote sin sentido frente a una compañera, y después frente otra, otra vez.
-Compañeros maltratándote, percibiendo debilidad en ti y amparándose en el grupo para hablarte mal, dejarte de lado o echarte en cara cosas a gritos. Aquella tarde en aquel hospital respondiendo sin parar a habitaciones que llamaban al timbre y haciendo cosas de aquí para allá mientras tus compañeras jugaban al parchís. Sí: cómo pude ser tan tonto.
-Pacientes y familiares de estrato social elevado, empleando su posición para doblegar las normas en su beneficio, obstruyendo tu trabajo. El cliente siempre tiene la razón, y si es rico, más.
-Ratios de pacientes ihumanas e imposibles. 130 pacientes para un solo enfermero. 
-Muchos de ellos echándote en cara que no hayas venido "antes".
-Pacientes dementes, que tratarán de golpearte, arañarte, morderte, atacarte con los cubiertos, que te darán patadas mientras intentas curarlos, que se negarán a tomar esa medicación que necesitan.
-Un teléfono en tu bolsillo que no para de sonar. Ser el colador de las llamadas al centro: las llamadas para el médico también van a ti, porque es un ogro y te emplean a ti para que hagas de mensajero y recibas las malas caras, la broncas, los sermones. Las peguntas tontas van a a ti, los recados que otros podrían hacer van a ti, la responsabilidad de todo va a ti porque las auxiliares tienen el beneficio de tener demasiada poca responsabilidad y el médico es la intimidante vaca sagrada a quien nadie se atreve a cuestionar, así que el cabeza de turco ideal eres tú.
-Jefes y compañeros que no entienden que el tiempo del que dispones para hacer la tarea es limitado, pero la tarea es potencialmente infinita, porque al trabajo habitual se puede sumar (y ocurrirá) cualquier urgencia imaginable, se puede sumar un familiar que desea echarte una larga bronca por motivos que pueden perfectamente escapar a tu control, se puede sumar una auxiliar que haciendo su trabajo a toda prisa haga una terrible rozadura a un paciente que deberás curar tú dejando de lado lo demás (con lo cual nunca tendrán excesivo cuidado en su trabajo a menos que tengan verdadera vocación, ya que las consecuencias de su descuido nunca repercutirán en ellas).
-La situación anterior ocurriendo en una punta del edificio de cuatro plantas y tú estando en la punta contraria
-La imposibilidad, a causa de todo ello, de hacer tu pausa legalmente establecida de veinte minutos para comer porque el tiempo simplemente no te alcanza. Salir media hora, o una, o una y media más tarde por igual motivo. Entrar media hora antes tratando de paliar esa situación. Que nadie te lo agradezca nunca. Que te lo usen incluso como motivo de despido (verídico).
-El fuerte agotamiento físico y mental que puedes llegar a sentir. Y que a nadie le importará: cuando te pones ese uniforme blanco encima, pierdes varios grados en la escala de la humanidad y te conviertes a ojos de los demás en una máquina de servir, que debe acudir ipso facto a comprobar las constantes de fulanito/a cuando se maree, pero de quien nadie se planteará que también tiene un cuerpo y unos sentimientos que pueden sufrir daños, puede tener bajadas de tensión, dolores de cabeza, dolores de rodilla por el sobreesfuerzo de pasarse horas corriendo de un lado para otro tratando de llegar a todo, puede tener tristeza por las cosas que han ocurrido, pero será muy difícil que alguien se dé cuenta y le importe, porque eres sólo el enfermero, no un paciente.
-El enorme aburrimiento que pude llegar a sentir con la monotonía de ciertas tareas. Tomar la tensión: odio tomar tensiones.
-Compañeros que, con contadísimas excepciones, siempre he sentido que estaban en otra longitud de onda. Darte cuenta de que eras una persona de letras metida en un mundo de ciencias, algo que se nota mucho. Aunque he mencionado a gente horrible, también me he topado con mucha gente maravillosa y excelentes profesionales, pero con los que nunca pude hablar (hablar de verdad, no de decir "sí, está guay") de un libro, o una peli, o de algo digamos del mundo de las ideas.


Creo que voy a parar ya porque esto es como la caja de Pandora, y cuanto más sacas más sale. Aquí queda eso.

Cuando desée por primera vez hacer estos estudios, tenía muchísima ilusión, y deseaba sentir esa sensación tan especial de cuando haces algo útil por alguien. Pese a todas estas experiencias horribles que enumero, y que finalmente han pesado más, la enfermería también me ha dado momentos preciosos, y ha sido maravilloso vivirlos. Conectar con un paciente, y ver su sonrisa cuando se entera de que estás de turno ese día. Sentir que le haces más agradable la hospitalización a una persona. Salvar una vida con tu actuación (esto, de forma clara e inequívoca, sólo lo viví una vez). Sentirte útil, en definitiva, es algo que te llena muchísimo.

Así que, con este resumen desordenado de las cosas que he vivido vestido con el uniforme blanco y en ocasiones verde, cierro este capítulo de mi vida.

Y me preparo para darle la bienvenida el siguiente. ¡Allá vamos!