lunes, 15 de agosto de 2016

Mi mano y mi boca

Escribo esta entrada tecleando con la mano izquierda. Recientemente tuve un accidente que me dejó como resultado mi mano derecha inutilizada durante unas cuantas semanas. Como nunca he sido muy deportista, el tener accidentes es algo raro, casi nuevo, para mí. El caso es que este accidente, que me hace llevar un vendaje bastante aparatoso en el brazo, ha provocado una serie de situaciones y experiencias que... de repente te hacen ver las cosas de otra manera. Se abre la caja de pandora, y de pronto muchas cosas inesperadas ocurren.

La reacción de la gente puede no ser la que esperas, y en todo caso es muy variada. Determinada gente se asustó al verme, y me preguntaron cómo me lo había hecho. Una amiga a la que aprecio mucho pero que no considero muy cercana, me miró muy seria y me dijo que cómo no la avisé en aquel momento (fui al hospital, que estaba cerca en todo caso, yo solo, etc). Me sentí fatal por no haberla informado antes, y pensé que quizás tenía que haber pasado por aquello acompañado. Me salgo del tema, pero en los últimos diez años, desde que con 25 me fui de casa para estudiar en otra ciudad, me he ido volviendo más y más independiente, y a veces me preocupa porque no sé si esto es normal... Pero esto es asunto de otra entrada. Otros amigos, con los que tengo en teoría una relación más cercana, apenas dedicaron cinco minutos al tema. El caso es que toda esta situación me ha hecho ver con total claridad a quiénes quiero y valoro más, porque mis sentimientos respecto a la reacción de la gente han sido muy significativos. El día del accidente me fui a la cama con una enorme tristeza y decepción por no haber recibido la llamada de dos personas muy concretas. Otra amiga, de la cual no esperaba que tendría ese detalle, me llamó sin embargo y me interrogó durante largo rato todos los detalles de la historia... Algo que al final pocos han hecho. En los casos más extremos la reacción prácticamente ha sido igual que si hubiese llevado una pequeña tirita en el brazo. Sin embargo, con el resto de gente que tuvo esa no-reacción no he sentido esa decepción ni de lejos.

Resulta que mi mejor amiga y mi novio Ikki fueron dos de las personas que me decepcionaron. En el caso de Aisha, cuando llamó, un día más tarde, lo que ya me dolió mucho, empezó hablándome de las implicaciones burocráticas del tema. Y ya después me preguntó ("Y bueno, la pregunta del millón") cómo ocurrió todo. Era verdad que esto no es un accidente grave en principio, que se curará y quedará bien, espero, y que el problema principal puede ser burocrático. Pero la verdad, que aún así no me empezara preguntando por la parte "personal" de la historia me hizo sentirme fatal.

El caso de Ikki fue que tres días más tarde tenía un viaje de tres días programado para ir a su pueblo, al que va cada mes, mes y medio. Y allá que se fue. Yo, el sábado por la mañana, en la cama, entendí de golpe, como una revelación que entiendes al rato, la rabia que sentía porque aún así no hubiese sacrificado sus planes y se hubiese quedado conmigo.

Hablé con ambos sobre ambas cosas.

Y aquí entro en el segundo tema del que quería hablar: ¿sirve de algo hacerle saber a los demás las cosas que han hecho que te han hecho daño? La respuesta de libro es que sí. Constantemnte se nos bombardea con la idea de que lo mejor que hay es hablar. Decir lo que te pasa, expresar tus deseos, necesidades, preocupaciones. Pero la verdad, yo al final no sé si es mejor hablar o no, chicos.

Ambas fueron conversaciones incómodas y horribles, con silencios y reproches defensivos. Con ambos hemos pasado página al final, en el caso de Ikki con la propuesta de tratar de cambiar las cosas, y en el caso de Aisha, simplemente dejándolo atrás y no volviendo a sacar el tema. Hay una razón por la que la mayoría nos callamos las cosas y sólo nos desahogamos con un tercero, y es que reprocharle algo a alguien el 95% de las veces sólo provoca que esa persona se defienda haciéndote a ti otros reproches, y que tu relación con ella se enturbie y quizás incluso termine. Uno es esclavo de sus palabras.  Así me ocurrió recientemente con mi ex amiga Elisabeth, como conté en otra entrada, aunque la verdad en el caso de ella cortar esa relación fue algo positivo.

Ikki y Aisha son importantísimos para mí y nuestra relación mucho más fuerte, como para poder soportar más golpes, pero aún así quizás cada pelea la erosiona un poco más... y al final no sabes qué podías hacer. Porque también me queda claro que de no haber hablado con ellos, me quemaría por dentro la rabia y la decepción. Así que te ves obligado a elegir entre las emociones contenidas que te corroen por dentro, y la culpabilidad y la incomodidad que te causan sacar esas emociones afuera.

No veo la salida.

lunes, 1 de agosto de 2016

Lo que de verdad sentimos



Estuve leyendo sobre un documental que hablaba de cómo un familiar de Freud (¿su sobrino?) revolucionó el mundo de la comunicación y la publicidad, cuando descubrió cómo las emociones guiabana a la gente a la hora de consumir y votar. Ponía unos cuantos ejemplos que de verdad son como para quedarte helado.

Resulta que en la fabricación de postres instantáneos de sobre, las ventas no despegaron hasta que se les ocurrió que a los polvos hubiera que añadir un huevo. ¿La explicación? Que las amas de casa (fue hace muchos años) se sentían culpables haciendo una comida que no les requería ningún esfuerzo culinario. En cambio si tenían que añadir un huevo a la mezcla, ya estaban "cocinando" más y podían sentir que eran unas dignas amas de casa cocinando para sus familias. Otro ejemplo fue la táctica que se empleó para aumentar el consumo de tabaco entre las mujeres. Al parecer los estudios revelaron que lo percibían como un objeto fálico, y fumar era algo así como una muestra de sumisión. Así que plantaron a unas actrices fumando entre un grupo de manifestantes del sufragio universal, las fotografiaron y escribieron notas de prensa en las que expresaban que el derecho a fumar tenía que ser una conquista más del feminsimo. Las mujeres liberadas fumaban. Este caso me resulta particularmente indignante porque no sólo influyeron a muchísima gente a adoptar un hábito (que encima es dañino) engañando a la gente, sino que encima lo hicieron haciéndoles creer que estaban siendo más libres que nunca.

Esto ocurría hace décadas, pero es obvio que los descubrimientos de este tipo cambiaron la sociedad hasta hoy, y con el tiempo el grado de manipulación sólo ha ido a más, descubiréndose qué mezclas de colores resultan más atractivas para el consumidor o envían qué mensajes... Al parecer, el hecho de que en Burger King las servilletas sean de color sepia se debe a que el consumidor inconscientemente lo percibe como más "ecológico", porque tienen pinta de ser recicladas...

Uno de los temas que me obsesiona es saber hasta qué punto estamos influidos por lo que nos rodea, cuándo estamos adoptando opiniones como hechos, o tomando prestadas interpretaciones ajenas expresadas por gente con el carisma suficiente para que todo lo que sale de su boca parezca indiscutible. ¿Hasta qué punto somos dueños de nuestras opiniones y creencias?

Los ejemplos son ilimitados. Los premios culturales, pongamos por caso. Cuando se aproxima la época de los Oscar, empieza el sutil bombardeo de pelis que "debemos" ver, porque son lo mejor del año. El pasado año, sin ir más lejos, la peli ganadora me pareció completamente insípida (pero entre las nominadas por otros motivos me parecía que estaba la mejor, por goleada, y no sé cómo pudo no ganar). Y en esta ocasión digamos que tuve el valor de expresarlo abiertamente. Sin embargo, en otras ocasiones, me he visto asintiendo con la cabeza y siguiendo la corriente a una multitud que expresaba su admiración por tal peli que a mí me había resultado mala, o peor aún, manipuladora. Hay un ejemplo concreto de una peli que muchísima gente cita entre sus favoritas de siempre, que no voy a revelar, que con el paso del tiempo me ha ido pareciendo más y más odiosa; por lo simplista, a ratos grotesca y manipuladora que es. Como guinda del pastel, se nota muchísimo cómo el director de la peli se elige para sí mismo el personaje más carismático y acaba haciendo una especie de autohomenaje  (porque además es obvio que hace de sí mismo). Sin embargo, la peli tiene a su favor un factor poderosísimo: una historia esperanzadora de tragedia y esperanza, que hace que criticarla te haga parecer un monstruo.

Admiro mucho a a esas personas capaces de ponerse el mundo por montera y expresar con sinceridad sus opiniones más impopulares, a veces incluso escandalosas. Y pienso incluso que la sociedad avanza gracias a ellos; gracias a la persona que es capaz de apuntar con el dedo al emperador y decir en voz alta que está desnudo. Lo fácil es hacer lo que la mayoría hacemos gran parte del rato: sonreír y opinar lo que sea que toque opinar.

Uno de los objetivos que me pongo cada año es tratar de ser más "auténtico" en ese sentido, más asertivo, y ser capaz de expresar lo que de verdad me parecen las cosas, sin agresividad y sin miedo a caer mal. Supongo que es una lucha constante, una cosa del día a día, que se trabaja en momentos grandes, y sobre todo en los más insignificantes pero más numerosos.

miércoles, 20 de julio de 2016

Recta final



Con todo el tema de "ver señales" tengo una relación ambivalente. Por un lado, no creo en el destino ni en ese tipo de cosas. Creo que nuestra vida está gobernada por el caos, la casualidad, la suerte, llámalo como quieras. Eso no quiere decir que la actitud personal no pueda influir (y lo haga) en el desarrollo de nuestras vidas, que si uno se esfuerza en algo aumenta las probabilidades de conseguirlo, y que el desear mucho algo es a menudo (¿casi siempre?) condición imprescindible para finalmente alcanzarlo. Pero todo el deseo y la voluntad del mundo no garantizan nada al cien por cien.

Sin embargo, uno es contradictorio, y al mismo tiempo que creo todo lo que he dicho arriba, a veces me ocurren cosas que no puedo evitar ver como señales. Y una de ellas ocurrió hace unos días, este sábado. Saliendo de mi calle, me encontré con el curioso espectáculo que se muestra en la foto de más arriba. Alguien decididó hacer una limpia a fondo de un montón de trastos, y de alguna manera me parecía sentir una cierta furia en la actitud de quien quiera que hizo esto. Ese montón abigarrado de cosas, donde abundaba el papel, no fue resultado de un mínimo esfuerzo por reciclar o separar: es como si esa persona hubiese cogido un enorme saco negro, lo hubiese llenado hasta arriba de todo lo que le sobraba y lo hubiese vomitado en plena calle.

El caso es que en cuanto vi el montón, lo primero que me llamó la atención fue ese libro de tapas verdes que se vislumbra en la foto: un manual de enfermería. Me acerqué a observar bien. No había duda: el antiguo dueño de toda esta basura era enfermero. La revista mensual del Colegio Oficial en su funda de plástico, sin abrir, más manuales de enfermería, colecciones de fascículos sobre todo tipo de temas sanitarios... y también, pelis en VHS como por ejemplo Terminator, muy apropiada.

El lunes siguiente, el de antes de ayer, una llamada telefónica puso en marcha el engranaje que significará el final, quizá definitivo, de mi carrera como enfermero. Para bien: estamos en la recta final de un proceso de búsqueda de una salida que ya llevaba bastante tiempo gestándose.

El sitio donde por ahora estoy trabajando no es ni por asomo igual de espantoso que algunos de mis empleos anteriores. Mis superiores me han tratado bien, y con los compañeros, aunque haya habido algún momento desagradable con personas muy concretas, nadie se acerca tampoco ni remotamente a la hostilidad que otros me mostraron y la ansiedad y el sufrimiento que me hicieron sentir. Así que este va a ser un punto y final bastante dulce, pese a lo anterior. Lo que me espera ahora es una incógnita, y junto a la esperanza no puedo evitar sentir un cierto miedo. Mucha gente, junto a la sorpresa por el cambio de tercio, me dicen que tiene pinta de ser algo muy bueno, y que seguro que estaré bien. Ojalá tengan razón.

A modo de despedida, he estado pensando en cómo uno tiende a embellecer (o "suavizar") ciertos rescuerdos tristes, y puede acabar incluso echando de menos cosas que en su momento le hicieron sentir mal. Así que quisiera dejar aquí constancia, ahora que las tengo frescas en la memoria, de todas esas situaciones infernales que he vivido en este mundo, para que si algún día me ataca la nostalgia, combatirla con un poco de realidad. Sin ningún orden de prioridad, y sin hablar de las cosas que ya sabemos todos que son intrínsecas al trabajo (la muerte del paciente, la enfermedad incurable):

-Esas situaciones de urgencia que te atenazan la garganta y donde el tiempo se ralentiza. Aquel familiar que un momento así podía haber ayudado prestando aquel concentrador de oxígeno que el anciano que cuidaba ya no necesitaba, y se negó. La verdadera cara de muchas personas amables cuando se trata de hacer, y no sólo de decir.
-Médicos déspotas que por estrés o arrogancia te tratan como a una basura. Esa situación inolvidable con la anciana que se golpeó la cabeza y el médico tirando por tierra tu trabajo, arrinconándote y humillándote sin sentido frente a una compañera, y después frente otra, otra vez.
-Compañeros maltratándote, percibiendo debilidad en ti y amparándose en el grupo para hablarte mal, dejarte de lado o echarte en cara cosas a gritos. Aquella tarde en aquel hospital respondiendo sin parar a habitaciones que llamaban al timbre y haciendo cosas de aquí para allá mientras tus compañeras jugaban al parchís. Sí: cómo pude ser tan tonto.
-Pacientes y familiares de estrato social elevado, empleando su posición para doblegar las normas en su beneficio, obstruyendo tu trabajo. El cliente siempre tiene la razón, y si es rico, más.
-Ratios de pacientes ihumanas e imposibles. 130 pacientes para un solo enfermero. 
-Muchos de ellos echándote en cara que no hayas venido "antes".
-Pacientes dementes, que tratarán de golpearte, arañarte, morderte, atacarte con los cubiertos, que te darán patadas mientras intentas curarlos, que se negarán a tomar esa medicación que necesitan.
-Un teléfono en tu bolsillo que no para de sonar. Ser el colador de las llamadas al centro: las llamadas para el médico también van a ti, porque es un ogro y te emplean a ti para que hagas de mensajero y recibas las malas caras, la broncas, los sermones. Las peguntas tontas van a a ti, los recados que otros podrían hacer van a ti, la responsabilidad de todo va a ti porque las auxiliares tienen el beneficio de tener demasiada poca responsabilidad y el médico es la intimidante vaca sagrada a quien nadie se atreve a cuestionar, así que el cabeza de turco ideal eres tú.
-Jefes y compañeros que no entienden que el tiempo del que dispones para hacer la tarea es limitado, pero la tarea es potencialmente infinita, porque al trabajo habitual se puede sumar (y ocurrirá) cualquier urgencia imaginable, se puede sumar un familiar que desea echarte una larga bronca por motivos que pueden perfectamente escapar a tu control, se puede sumar una auxiliar que haciendo su trabajo a toda prisa haga una terrible rozadura a un paciente que deberás curar tú dejando de lado lo demás (con lo cual nunca tendrán excesivo cuidado en su trabajo a menos que tengan verdadera vocación, ya que las consecuencias de su descuido nunca repercutirán en ellas).
-La situación anterior ocurriendo en una punta del edificio de cuatro plantas y tú estando en la punta contraria
-La imposibilidad, a causa de todo ello, de hacer tu pausa legalmente establecida de veinte minutos para comer porque el tiempo simplemente no te alcanza. Salir media hora, o una, o una y media más tarde por igual motivo. Entrar media hora antes tratando de paliar esa situación. Que nadie te lo agradezca nunca. Que te lo usen incluso como motivo de despido (verídico).
-El fuerte agotamiento físico y mental que puedes llegar a sentir. Y que a nadie le importará: cuando te pones ese uniforme blanco encima, pierdes varios grados en la escala de la humanidad y te conviertes a ojos de los demás en una máquina de servir, que debe acudir ipso facto a comprobar las constantes de fulanito/a cuando se maree, pero de quien nadie se planteará que también tiene un cuerpo y unos sentimientos que pueden sufrir daños, puede tener bajadas de tensión, dolores de cabeza, dolores de rodilla por el sobreesfuerzo de pasarse horas corriendo de un lado para otro tratando de llegar a todo, puede tener tristeza por las cosas que han ocurrido, pero será muy difícil que alguien se dé cuenta y le importe, porque eres sólo el enfermero, no un paciente.
-El enorme aburrimiento que pude llegar a sentir con la monotonía de ciertas tareas. Tomar la tensión: odio tomar tensiones.
-Compañeros que, con contadísimas excepciones, siempre he sentido que estaban en otra longitud de onda. Darte cuenta de que eras una persona de letras metida en un mundo de ciencias, algo que se nota mucho. Aunque he mencionado a gente horrible, también me he topado con mucha gente maravillosa y excelentes profesionales, pero con los que nunca pude hablar (hablar de verdad, no de decir "sí, está guay") de un libro, o una peli, o de algo digamos del mundo de las ideas.


Creo que voy a parar ya porque esto es como la caja de Pandora, y cuanto más sacas más sale. Aquí queda eso.

Cuando desée por primera vez hacer estos estudios, tenía muchísima ilusión, y deseaba sentir esa sensación tan especial de cuando haces algo útil por alguien. Pese a todas estas experiencias horribles que enumero, y que finalmente han pesado más, la enfermería también me ha dado momentos preciosos, y ha sido maravilloso vivirlos. Conectar con un paciente, y ver su sonrisa cuando se entera de que estás de turno ese día. Sentir que le haces más agradable la hospitalización a una persona. Salvar una vida con tu actuación (esto, de forma clara e inequívoca, sólo lo viví una vez). Sentirte útil, en definitiva, es algo que te llena muchísimo.

Así que, con este resumen desordenado de las cosas que he vivido vestido con el uniforme blanco y en ocasiones verde, cierro este capítulo de mi vida.

Y me preparo para darle la bienvenida el siguiente. ¡Allá vamos!

lunes, 16 de mayo de 2016

Elisabeth, los amigos y los "amigos"


Recientemente tuve una discusión con mi amiga Elisabeth. Desde entonces nuestra amistad ha terminado, seguramente para siempre, y yo he reflexionado muchísimo sobre el tema de la amistad.
Pero antes de hablar de eso, tengo que explicar un poco cómo era Elisabeth y mi relación con ella, porque son detalles cruciales en todo esto.

Hará unos dos años conocí a Elisabeth, en un vuelo de mi ciudad a esta en la que vivo. Antes de despegar, ella se despachaba por teléfono con alguien que, por lo que decía, era claramente su ex. Hablaba en voz lo bastante alta y daba los suficientes datos como hacer partícipes de toda su historia a todos los que estábamos a su alrededor. Yo fui a ponerme los auriculares para ver una película (en esta época se empezó a autorizar el uso de aparatos también antes de despegar), pero no llegué a tener tiempo, ya que un instante antes de enchufarlos, Elisabeth se dirigió a mí sin rodeos:

-Qué, lo has oído todo, ¿no? Ya ves qué cabrón es mi ex.

Una de sus virtudes es esa enorme extroversión y esa naturalidad que tiene, y que le permiten hacer amigos con increíble facilidad allá donde va. Después de un principio así, ya nos pasamos el resto del viaje hablando, y por su franqueza yo también me animé a contarle cosas mías muy personales: mi ruptura con Ikki un año atrás y nuestro regreso; y mi sensación de soledad en esta ciudad a menudo. Elisabeth me explicó que venía a esta ciudad en circunstancias un poco imprevistas y al final no tenía realmente muchos planes, así que al llegar al aeropuerto nos pidió a mí y a Ikki (que me esperaba en el aeropuerto, y flipó un poco con la nueva y repentina amiga) que la acompañáramos a su hotel.  Durante los siguientes diez días o así que se quedó aquí, quedamos varias veces, consolidando esta amistad inesperada.

¿Y qué sentía yo al respecto? Me gustaba la confianza que te daba Elisabeth nada más conocerte, y que permitía establecer una amistad íntima con mucha más rapidez de lo normal. Yo soy una persona bastante reservada y no me es fácil abrirme de verdad a los demás, así que esta extroversión suya me ayudaba mucho o "pasar fases" de la amistad muy rápido. Al mismo tiempo, veía unas enormes diferencias entre Elisabeth y yo, y esto me agobiaba bastante. Elisabeth se acerca mucho al perfil de lo que habitualmente conocemos por una choni, es prácticamente el tipo de chica que podría ir a un concurso de buscar pareja de la tele (sí, exactamente a ese que piensas), le gusta ir de compras y hablar de dinero y lujos, y de guaperas salidos de este tipo de programas. Sentía que hasta cierto punto, era una amistad contra natura (ella misma decía que era capaz de ser amiga de gente como yo o Ikki porque era muy "hippy"). Además, me daba la impresión de que Elisabeth me veía como una especie de amigo-mascota: el mejor amigo gay que sirve de paño de lágrimas, te da consejitos y te escucha.

Nuestra gran discusión, para resumir, vino porque, coincidiendo con otra visita suya a esta ciudad, en un momento en el que yo necesité su ayuda, o al menos su participación, para algo que para mí era muy importante, Elisabeth apenas se dejó ver. Precisamente en esta época, sus antiguos amigos, que habían vivido aquí anteriormente, habían vuelto, y por lo que pude ver a ellos sí los vio bastante durante esos días. Elisabeth se cogió un cabreo tremendo cuando le dije que estaba molesto, y me dijo que mis motivos eran una chorrada, que vaya concepto de la amistad tenía, y más cosas por el estilo. Si yo ya estaba molesto con ella por eso, su reacción ya fue el último clavo en el ataúd. Sentí que confirmaba mi impresión de que esta amistad no tenía ningún sentido, y que Elisabeth no sólo no me aportaba nada, sino que me quitaba. Desde entonces no henos vuelto a hablar, y con suerte no lo haremos nunca.

Yo me hice la promesa de no volver a dejar entrar en mi vida a ninguna persona tóxica más, y como decía al principio, entré en una larga reflexión sobre la amistad y las relaciones que establecemos con la gente.

Desde que vivo aquí he ido tratabdo de hacer nuevos amigos, y en este tiempo, con más o menos dificultad, he ido conociendo a bastante gente. Si los pongo en una balanza con mis amigos "de siempre" de mi ciudad, sin embargo, siempre salen perdiendo, y la pregunta que me hago siempre es que si algo me pasara y tuviese que ser por ejemplo hospitalizado, aparte de Ikki, ¿quién sería ese amigo/a que estaría ahí?  ¿Quién es esa persona para la que puedes ser incluido en cualquier plan? ¿Para quien eres uno de los imprescindibles el día de su cumpleaños? ¿Quién está en ese escalafón de amigo-con-todas-las-letras?

Quizás llegada una cierta edad crear nuevos lazos así de intensos es ya casi imposible, y la gente se centra más en sus familias y su círculo de siempre, así que lo que pido es imposible. Quizá yo soy una persona demasiado reservada, y me he vuelto muy independiente: a menudo siento que disfruto mucho de simplemente ponerme a escribir o ir a ver cosas por mi cuenta sin dar cuentas a nadie. Tengo momeentos en que, sentado en un autobús yendo hacia cualquier sitio, leyendo un libro mecido por el movimiento, me siento feliz.

Pero desde luego también tengo esos sábados y domingos en que Ikki está fuera por la razón que sea, y esos amigos que he ido conociendo tienen otros planes con sus otros amigos (¿de primera fila?) o sus familias. Y entonces me siento muy solo y me doy cuenta de que no se puede ser completamente feliz sin gente a tu alrededor por muy independiente que seas o creas ser.

Y entonces llegamos a uno de los dilemas a los que más vueltas le doy: ¿uno debe ser "exigente" y buscar a personas con las que tenga una afinidad real? ¿Y por tanto arriesgarse a quedarse solo, ya que esto no es nada fácil? ¿O bien debemos valorar el que una persona desee ser muestra amiga, y por muy poca afinidad que tengamos con ella, debemos adaptarnos aunque nos aburramos un poco o sintamos que estamos "anulando" un poco nuestra personalidad para estar con ella?

Las dos opciones tienen muchos peros, y en este bucle me encuentro. Una cosa es segura, y es lo que he aprendido con Elisabeth: no todo vale, y si tu instinto te dice que alguien sólo te va a parasitar, no vale la pena aceptar su compañía por no estar solo.

miércoles, 3 de febrero de 2016

La manera de salir del túnel

Aquí iba yo a escribir una entrada sobre lo mal que me encuentro en mi trabajo, lo mal que me siento conmigo mismo y lo desanimado que estoy, cuando me pongo a releer las últimas y escasísimas entradas de 2015 y me encuentro con que llevo un año obsesionado con el mismo tema.

El final se aproxima: en dos semanas se termina mi contrato. Ahora se inicia la etapa de incertidumbre que acompaña el quedarse en paro, y los fantasmas que me perseguían todo el pasado año siguen ahí. Recientemente, digamos que una fuente espía me confirmó que en mi trabajo se me considera básicamente un desastre. Cuando le he contado esto a la gente todos tratan de animarme y convencerme de que esto no es así: soy bueno en esto, dicen, si no, no habría tenido un trabajo en el que estuve dos años bien valorado y me fui por mi propio pie... La gente trata de animarte como sea, con toda su buena intención, pero seamos sinceros, la opinión que cuenta es la de aquella gente que trabaja contigo y te puede juzgar de primera mano. Y lo peor de todo es que esa gente no hace sino confirmar una opinión que yo ya había formado.

El mundo es duro. El mundo quiere matarte todo el rato, de hambre, de frío, de tristeza. Si no consigo hacer mi trabajo bien me echan, y si me echan y no gano dinero no puedo comprar comida y pagar un techo bajo el que vivir, y si no puedo pagar esas dos cosas me muero. El asterisco en el contrato es que tengo a Ikki y a mi familia que me pueden ayudar, así que a corto plazo digamos que no estoy en peligro directo... Pero uno no puede plantearse la vida desde la dependencia, o yo por lo menos no puedo.

Desde la última entrada hasta ahora, sin embargo, ha habido rayos de luz, y quiero hablar de ellos, porque me parece importante resaltar que no me he quedado de brazos cruzados. Desde que escribí esas entradas he estado muy atento a cualquier posibilidad que surgiera, y efectivamente han surgido, y ahí estoy, yendo a por ellas. No sé qué va a pasar, pero al menos la búsqueda de una salida está en marcha, no estoy quieto, y con esfuerzo y suerte quizás salga del túnel. Por favor.