sábado, 11 de agosto de 2018

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Y aquí estoy, más de un año después...

¿Qué ha ocurrido? ¿Ya no me apetece contar las cosas que me pasan? Cuando se es feliz no se tienen ganas de escribir, sólo de disfrutar de esa felicidad. ¿Es que ha sido un año tan feliz que no he tenido nada que contar? Bueno, esto definitivamente no es verdad. Para ser sincero, muy a menudo me encuentro pensando en las ganas que tendría de tener un rato para mí y poder explicar cosas que me pasan por la cabeza... Pero pasa ese momento, tengo ese rato que deseaba... y eso que quería contar ya no es lo primero en mi cabeza.

Sin embargo, lo que me ha pasado recientemente sí lo deseo contar. Para no mentir, hubo una entrada de este blog que escribí, y estaba lista para salir, con solo pulsar el botón de "Publicar". Pero finalmente decidí esperar y ver. Trataba de cómo mi mejor amiga, Aisha, ya apenas me escuchaba. Resulta que ha sido madre hace un par de años. Y lo sé: tu vida cambia completamente. Tus preocupaciones, tus prioridades, todo sufre un vuelco profundo. En algunos momentos tengo el temor de que simple y llanamente, nuestro camino se ha bifurcado, y con el tiempo no haremos más que alejarnos. Sí, lo admito, me enfado y me quedo hecho polvo cuando, al explicarle algo sobre un amigo del trabajo o un compañero del que ya le he hablado varias veces, tengo que volver al capítulo 1 y explicarle otra vez quién es y qué relación tengo con esa persona. Mientras ella me habla con tranquilidad de los "personajes principales", por nombre propio, de su vida, a los cuales conozco aunque sólo haya oído hablar de ellos. En algunos momentos no puedo evitar preguntarme si quizás no es ser madre el problema, sino que mis cosas le vayan interesando cada vez menos...

La verdad es que Aisha me da una de cal y otra de arena. Sí: luego hay días en que por fin me escucha de verdad, y puedo contarle un problema y escuchar su opinión de principio a fin. Una conversación de verdad. Y aunque no tanto como antaño, también a veces nos reímos con ese sentido del humor que no comparto exactamente con nadie más...

Por otro lado, en las últimas semanas, y a lo largo de dos semanas consecutivas, algo sorprendente me ha ocurrido: dos amigos importantísimos de mi pasado han vuelto. El primero es quizás el amigo con quien he tenido la relación más intensa de amistad de mi vida. Conocí a Antonio en primero de carrera, y él y otra amiga, pero sobre todo él, aunque no lo sepan, me salvaron la vida. Yo venía de una situación deprimente: acabado el instituto, mi mejor amigo desde pequeño estaba ya a otra cosa, con otra gente, y la única amiga que conservaba de esta época tenía serios problemas psiquiátricos, y poco después se revelaría como una persona intensamente tóxica. Es decir: tenía 18 años y a casi todos los efectos, estaba solo.

Y aparecieron Antonio y Aitana. Con los dos estaba por fin en casa. Me podía reír de verdad. Compartíamos gustos, risas, tiempo. Eran mis amigos, sin peros ni excepciones. Con Antonio tuve las conversaciones más largas y profundas de mi vida, tanto por teléfono, como en persona y por carta. Y entonces...

Sólo un par de años después, apareció gente nueva en el escenario, y Antonio comenzó su proceso de desaparición. Sí: fue un poco como volver al instituto, pero esto lo recuerdo como algo aún peor, porque nuestra amistad tenía muchas más capas que las que un niño o un adolescente puede tener. Fue horroroso. Mi relación con Antonio quedó reducida a la copia más pálida que pueda existir: sólo un par de mensajes de felicitación navideña y de cumpleaños anual. Resignarme a esto me costó mucho más tiempo que nuestros años "buenos", que apenas serían dos y medio.

Entre medias, a mitad de la veintena, tuve la siguiente gran crisis de mi vida, cuando me fui a estudiar a otra ciudad, muy muy lejos de la mía. El primer año y medio fue uno de una soledad como no la había conocido antes (anteriormente al menos había tenido familia). Sí, en mi nuevo entorno hice amigos, pero siendo realista, nuestra relación era mucho más circunstancial y menos sólida de lo que es una verdadera amistad. Todo aquel que lo haya vivido sabe que pocas soledades son comparables al terror de sentir que se aproxima el fin de semana y una gran masa de vacío se aproxima a ti.Y como guinda del pastel, fue en esta época que tuve mis dos primeros intentos de relación sentimental, los cuales acabaron en más dolor y soledad (después de un puñado de momentos maravillosos, todo hay que decirlo). Solo con el tiempo he podido entender que gran parte del problema es que lo que yo buscaba en esas relaciones tenía más que ver con la dependencia que con el amor, y esa es la receta del desastre.

Pero fue al final de esa segunda relación fracasada que intenté conocer a gente nueva, lejos de mi clase, donde ya entendía que no podía pedir algunas cosas. Y vaya si lo coseguí: aquí apareció Roberto, y una vez más, mi nuevo amigo (gracias al cual conocí a mi otro mejor amigo y a Ikki) me salvó la vida. Otra vez esa sensación: la de estar con alguien en quien de verdad te puedes apoyar. Con quien las ganas de verse son lo que provoca los encuentros y los planes, y no el compromiso, la pena o los exámenes. Un amigo de verdad. Tenía tanta confianza con Roberto y en Roberto, que le explicaba lo triste que me ponía lo que había pasado con Antonio, y cómo era ya la segunda vez que mi mejor amigo me daba de lado... Roberto me decía que no entendía cómo podían haberme hecho eso.

Pero en fin, un día lo iba a entender, porque él fue el siguiente. En su caso la desaparición fue también gradual, pero esta vez completa: desde hacía años no sabía absolutamente nada de él.

Y de repente... como decía al principio, ambos, con una diferencia de apenas unos días, han reaparecido en mi vida. Antonio me escribió: estaba de paso en la ciudad donde vivo ahora, y se preguntaba si nos podíamos ver. Y así lo hicimos. ¿Y lo más raro de todo? Fue como si desde la última vez hubiesen pasado apenas unos días.

A Roberto aún no lo he podido ver en persona. De pronto me escribió, diciéndome el motivo por el que no había contestado a mi ultimísimo intento de contactar con él a través de FB porque no había podido leerlo. Vale, no me sonó creíble, pero la verdad, lo único que me importa en este caso es la alegría de volver a saber de él.

¿Y ahora? ¿Será esto un chispazo momentáneo en el tiempo y volverán a desaparecer? Aquello, lo que fuera, que una vez les hizo querer alejarse de mí, ¿ha dejado de existir? No es fácil confiar otra vez por completo, porque todo lo que haya ocurrido una vez es susceptible de repetirse. De momento Antonio me ha seguido escribiendo. Ya no estamos horas al teléfono, pero no voy a pedir nada, sino solo dar gracias por lo que recibo. Roberto de momento no ha escrito más, pero no siento que vaya a volver a desaparecer.

Me han dado una gran alegría los dos, y me han hecho pensar que sí, a veces el mundo te da sorpresas positivas.

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