En la entrada anterior mencionaba de pasada que un amigo estaba en paradero desconocido desde hacía un tiempo.
La realidad era que mi amigo P había muerto, y sólo lo supimos meses después.
Esto lo supe en febrero. Saber que P ya no estaba fue un golpe duro, y a día de hoy voy a reconocerlo, una parte de mí simplemente no se lo cree. No se lo puede creer. Cuando me cruzo con sus fotos, el pasado verano, con nuestra amiga M, lleno de alegría y de vida, con su sentido del humor, su profundidad, su inteligencia, su percepción especial del mundo, simplemente siento en el fondo de mí que ha habido una confusión y P está por ahí, quizá en otro país de viaje, y pronto va a volver.
Y al mismo tiempo esta pequeña puñalada me dice que eso es imposible y que P ya no está en el mundo. En el mundo ahora hay un agujero donde antes estaba P, y ya nunca nunca más va a volver. No me lo puedo creer.
P y yo, lo sé, no nos veíamos tanto. Yo no era su mejor amigo, y no sabía muchas cosas de él. Nuestra relación no se remontaba a tanto tiempo atrás. Y P era una persona bastante reservada. Sin embargo, le tenía un cariño enorme, y en una estima mucho mayor que a otra gente con la que me he relacionado mñas tiempo, porque cuando conocí a P y a M, sentí que estas eran dos personas con las que sí valía la pena pasar el tiempo, dos personas de las que te alegras de haber conocido. En la entrada anterior hablaba de cómo ya no deseaba dar cabida en mi vida a gente con la que en realidad no quiero estar, y mira, ahora he perdido a una de esas con quien sí deseaba estar.
En el mundo no hay reglas. Y si las hay, yo no las veo. Me gustaría creer en el karma, en la justicia divina, pero no puedo evitar saber que ocurren tragedias inmerecidas todos los días, y gente malvada que prospera y lleva vidas felices. La vida no sigue un guión, aunque a veces pueda parecerlo, y en cualquier momento cosas terribles pueden suceder, sin que tengan ningún sentido. Sí, también ocurren cosas buenas, y uno puede estar tentado de pensar que "se lo merece" y que esto es una especie de premio. Es verdad, a veces el esfuerzo y la perseverancia dan sus frutos, pero nunca podemos sacar de la ecuación al azar, al caos.
Lo siento por esta entrada inconexa. Este año me han ocurrido muchas cosas buenas, y concretamente esta semana ocurrió algo que provocó un cierto revuelo a mi alrededor. Algo del mundo laboral. Todo el mundo me felicitó, me dijo que era un milagro.
Y yo he sentido una gran ansiedad recibiendo esas felicitaciones, sonriendo y tratando de decir las cosas que se esperaban de mí. En realidad todos tienen razón en alegrarse y felicitarme, y es absurdo que yo me sienta agobiado. Para no mentir, quizás mi gran alegría fue poder escapar del mundo de la sanidad, y después de esa inmensa alegría que sentí cuando supe que aprobé el examen que me permitiría dejar ese mundo, ya lo demás sólo puede ser una guinda. ¿Es por eso?
En cualquier caso, la realidad es que yo me sentí como me sentí, y eso me ha agobiado. Me ha agobiado tener que fingir unas emociones que no siento, y me ha agobiado sentirme raro por no sentir lo que se supone que debo sentir. Quizás tenía que haber sido más sincero con la gente, pero ¿cómo les explico eso? Y ¿cómo de desagradecido sonaría cuando sé que muchos desearían estar en mi lugar en este caso? Así que no he tenido más remedio que tragar y ponerme la máscara.
Quizás es que me faltan cosas que, en el fondo, considero más importantes que el el trabajo, y sin tenerlas no puedo sentir tanta alegría por un motivo laboral. Me falta P, me falta M que era pare de nuestro trío de amigos y no vuelve hasta dentro de muchos meses, me falta más gente como P y M. Quizá también soy una persona rara y en el fondo las cosas laborales no me importan tanto, y nunca me van a hacer tan feliz como a otra gente, y no pasa nada por ser así porque cada uno es como es.
A veces escucho a artistas hablar o actuar, y veo las vidas tan personales que llevan, cómo se ponen el mund por montera y son capaces de decir y hacer cosas escandalosas, y ser completamente fieles a sus deseos, y les envidio. Qué libertad, tener el valor de sacar a la luz toda tu rareza interior y no sentir ninguna vergüenza.
P, todo lo que quería decirte te lo puse ya en una carta, pero me parece que siempre seguiré queriendo decirte cosas. Perdóname por no haber ido contigo a dibujar. No sabes cuánto me arrepiento. Te echo muchísimo de menos.
sábado, 29 de abril de 2017
miércoles, 11 de enero de 2017
Un 50% menos de azúcar
Este año me he hecho un propósito un tanto difuso y difícil de explicar. Es algo así como una nueva actitud ante la vida: se trata de ser más auténtico. De luchar por serlo.
Me explico. Una constante en mi vida es que trato de agradar y adaptarme a los demás. Ser amable está muy bien, y es una cualidad que yo también aprecio en los demás. Pero también te mete en problemas y en muchas ocasiones realmente sólo sirve para hacerte más daño a ti y a los demás. Con esto no quiero decir que tenga la intención de convertirme en una de esas personas que enarbolan la bandera de la sinceridad descarnada y van por ahí diciéndoles a la cara a todo el mundo sus opiniones, por muy agresivas que sean (y a menudo encajándolo muy mal cuando otros se comportan igual con ellos). Mi intención es no meterme en camisas de once varas por no expresarme con claridad o no saber decir no, no involucrarme en cosas que no me interesan por pena o por compromiso; perseguir lo que de verdad deseo sin importar si es algo que los demás puedan o no entender; hablar de mis verdaderos gustos sin maquillarlos de niguna manera. Y también, eligiendo callar o hablar menos de lo que se espere de mí cuando así me apetezca.
Lo sé, es todo un poco vago, pero tiene sentido. A lo largo de mi vida, por culpa de la tibieza con que suelo comportarme, voy agarrando lastres y metiéndome en compromisos que en ocasiones no me aportan nada. El síntoma más claro es que hay determinadas personas a mi alrededor con las que me relaciono que, vamos a admitirlo, no me resultan nada interesantes. Y no hablo de compañeros de trabajo o gente del día a día: hablo de, por ejemplo, un "supuesto" amigo que da la sensación de querer algo conmigo desde que nos conocimos hace un tiempo. A estas alturas ya debería haberle quedado claro que nada va a pasar entre nosotros, y ya no sólo porque yo esté con Ikki. Antonio, nombre figurado, no es mala gente, pero la realidad es que no me resulta nada interesante, y sus gustos y los míos no tienen nada que ver. Si alguien viera nuestras conversaciones por whatsapp quizás se sorprendería, porque a menudo me he molestado en escribir largas parrafadas, en un intento de que la conversación vaya más allá de "y qué tal, bien, y tú, bien", y finalmente mi pantalla está llena de texto verde y un poquito de texto gris. No tiene ningún sentido. Y la razón es porque siento la (absurda) obligación de ser simpático con Antonio y mantener la conversación viva ya que me ha escrito.
En este ejemplo concreto mi intención es dejar de hacer estos esfuerzos, y si la conversación es inerte, será porque nuestra relación en el fondo también lo es.
¿Sabéis el problema? Que tengo muchos Antonios/as, sólo que con otros nombres y otras características. Antonios que hablan y hablan y nunca me preguntan nada. Antonios a los que tengo aprecio por las experiencias compartidas pero con los que la conversación no termina de arrancar nunca porque estamos en longitudes de onda muy distintas. Antonios cuyo carácter en realidad me saca de quicio pero con los que me siento incapaz de cortar la relación (punto a mi favor: el año pasado tuve una bronca con un Antonio de este tipo, y la relación se disolvió por completo). Todos tenemos pegas y cada amigo que hacemos tiene sus virtudes y defectos, pero los Antonios no son amigos: son cargas.
Quitarme a esa gente de encima tiene además un precio, y es que uno inevitablemente se queda más solo. Hacer amigos buenos es muy difícil, y además yo ya he empezado este año despidiéndome de una y con otro en paradero desconocido (larga historia). Estos amigos artificiales realmente no te aportan nada, pero la realidad es que a veces, igual que una golosina te quita el hambre de manera pasajera, te pueden hacer sentir un poco más acompañado por un rato. Perdiéndolos sé que me esperarán más ratos de soledad, pero también espero librarme de esa sensación de estar viviendo cosas falsas, de hacer cosas por compromiso, de estar por estar.
Me he centrado en este tipo de amigos-que-no-son-amigos, pero la realidad es que mi tendencia a no desagradar me lleva a muchas otras situaciones incluso ridículas. A comienzos de este año me plantée si volver a una clase a la que me apunté por placer, y que estaba siendo una gran decepción. Muchos alumnos han abandonado la clase en desbandada, y por ridículo que pueda parecer, me sentía culpable de hacerlo yo también. Si también falto yo, ¿se sentirá mal el profesor? Cuando nos dén el cuestionario de satisfacción, ¿pondré una buena nota para que no se deprima? ¿Vas a dejar un curso a medias? Este tipo de cosas me pesaban en la conciencia. Finalmente he decidido luchar contra ese impulso, y dejar la clase. Lo siento, profesor X, la realidad es que por lo menos ahora mismo no sabes enseñar, y el curso no me está sirviendo. Esto sólo me está quitando tiempo, y es ridículo hacer un curso voluntario sólo por un absurdo sentido de la responsabilidad.
Una última cosa antes de terminar. Una consecuencia indirecta de esta actitud de hacer las cosas por compromiso es que en muchas ocasiones te puedes ver solo cuando las situaciones llegan a un punto en el que los demás se plantan. De repente esa persona a la que te esforzabas por no fallar te deja tirado ipso facto en cuanto ya no le convienes. Esa clase que te daba pena dejar se queda vacía, y a ti, que tampoco te gustaba, te toca quedarte solo en ella. Esa persona a la que esperabas para comer juntos, cuando llega ya ha comido, y te queda comer solo y a destiempo.
Así que este es mi propósito para el nuevo año. Vivir con más autenticidad, establecer relaciones con gente que de verdad me merezca la pena, buscar las actividades que de verdad me gusten.
Me explico. Una constante en mi vida es que trato de agradar y adaptarme a los demás. Ser amable está muy bien, y es una cualidad que yo también aprecio en los demás. Pero también te mete en problemas y en muchas ocasiones realmente sólo sirve para hacerte más daño a ti y a los demás. Con esto no quiero decir que tenga la intención de convertirme en una de esas personas que enarbolan la bandera de la sinceridad descarnada y van por ahí diciéndoles a la cara a todo el mundo sus opiniones, por muy agresivas que sean (y a menudo encajándolo muy mal cuando otros se comportan igual con ellos). Mi intención es no meterme en camisas de once varas por no expresarme con claridad o no saber decir no, no involucrarme en cosas que no me interesan por pena o por compromiso; perseguir lo que de verdad deseo sin importar si es algo que los demás puedan o no entender; hablar de mis verdaderos gustos sin maquillarlos de niguna manera. Y también, eligiendo callar o hablar menos de lo que se espere de mí cuando así me apetezca.
Lo sé, es todo un poco vago, pero tiene sentido. A lo largo de mi vida, por culpa de la tibieza con que suelo comportarme, voy agarrando lastres y metiéndome en compromisos que en ocasiones no me aportan nada. El síntoma más claro es que hay determinadas personas a mi alrededor con las que me relaciono que, vamos a admitirlo, no me resultan nada interesantes. Y no hablo de compañeros de trabajo o gente del día a día: hablo de, por ejemplo, un "supuesto" amigo que da la sensación de querer algo conmigo desde que nos conocimos hace un tiempo. A estas alturas ya debería haberle quedado claro que nada va a pasar entre nosotros, y ya no sólo porque yo esté con Ikki. Antonio, nombre figurado, no es mala gente, pero la realidad es que no me resulta nada interesante, y sus gustos y los míos no tienen nada que ver. Si alguien viera nuestras conversaciones por whatsapp quizás se sorprendería, porque a menudo me he molestado en escribir largas parrafadas, en un intento de que la conversación vaya más allá de "y qué tal, bien, y tú, bien", y finalmente mi pantalla está llena de texto verde y un poquito de texto gris. No tiene ningún sentido. Y la razón es porque siento la (absurda) obligación de ser simpático con Antonio y mantener la conversación viva ya que me ha escrito.
En este ejemplo concreto mi intención es dejar de hacer estos esfuerzos, y si la conversación es inerte, será porque nuestra relación en el fondo también lo es.
¿Sabéis el problema? Que tengo muchos Antonios/as, sólo que con otros nombres y otras características. Antonios que hablan y hablan y nunca me preguntan nada. Antonios a los que tengo aprecio por las experiencias compartidas pero con los que la conversación no termina de arrancar nunca porque estamos en longitudes de onda muy distintas. Antonios cuyo carácter en realidad me saca de quicio pero con los que me siento incapaz de cortar la relación (punto a mi favor: el año pasado tuve una bronca con un Antonio de este tipo, y la relación se disolvió por completo). Todos tenemos pegas y cada amigo que hacemos tiene sus virtudes y defectos, pero los Antonios no son amigos: son cargas.
Quitarme a esa gente de encima tiene además un precio, y es que uno inevitablemente se queda más solo. Hacer amigos buenos es muy difícil, y además yo ya he empezado este año despidiéndome de una y con otro en paradero desconocido (larga historia). Estos amigos artificiales realmente no te aportan nada, pero la realidad es que a veces, igual que una golosina te quita el hambre de manera pasajera, te pueden hacer sentir un poco más acompañado por un rato. Perdiéndolos sé que me esperarán más ratos de soledad, pero también espero librarme de esa sensación de estar viviendo cosas falsas, de hacer cosas por compromiso, de estar por estar.
Me he centrado en este tipo de amigos-que-no-son-amigos, pero la realidad es que mi tendencia a no desagradar me lleva a muchas otras situaciones incluso ridículas. A comienzos de este año me plantée si volver a una clase a la que me apunté por placer, y que estaba siendo una gran decepción. Muchos alumnos han abandonado la clase en desbandada, y por ridículo que pueda parecer, me sentía culpable de hacerlo yo también. Si también falto yo, ¿se sentirá mal el profesor? Cuando nos dén el cuestionario de satisfacción, ¿pondré una buena nota para que no se deprima? ¿Vas a dejar un curso a medias? Este tipo de cosas me pesaban en la conciencia. Finalmente he decidido luchar contra ese impulso, y dejar la clase. Lo siento, profesor X, la realidad es que por lo menos ahora mismo no sabes enseñar, y el curso no me está sirviendo. Esto sólo me está quitando tiempo, y es ridículo hacer un curso voluntario sólo por un absurdo sentido de la responsabilidad.
Una última cosa antes de terminar. Una consecuencia indirecta de esta actitud de hacer las cosas por compromiso es que en muchas ocasiones te puedes ver solo cuando las situaciones llegan a un punto en el que los demás se plantan. De repente esa persona a la que te esforzabas por no fallar te deja tirado ipso facto en cuanto ya no le convienes. Esa clase que te daba pena dejar se queda vacía, y a ti, que tampoco te gustaba, te toca quedarte solo en ella. Esa persona a la que esperabas para comer juntos, cuando llega ya ha comido, y te queda comer solo y a destiempo.
Así que este es mi propósito para el nuevo año. Vivir con más autenticidad, establecer relaciones con gente que de verdad me merezca la pena, buscar las actividades que de verdad me gusten.
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