lunes, 1 de agosto de 2016
Lo que de verdad sentimos
Estuve leyendo sobre un documental que hablaba de cómo un familiar de Freud (¿su sobrino?) revolucionó el mundo de la comunicación y la publicidad, cuando descubrió cómo las emociones guiabana a la gente a la hora de consumir y votar. Ponía unos cuantos ejemplos que de verdad son como para quedarte helado.
Resulta que en la fabricación de postres instantáneos de sobre, las ventas no despegaron hasta que se les ocurrió que a los polvos hubiera que añadir un huevo. ¿La explicación? Que las amas de casa (fue hace muchos años) se sentían culpables haciendo una comida que no les requería ningún esfuerzo culinario. En cambio si tenían que añadir un huevo a la mezcla, ya estaban "cocinando" más y podían sentir que eran unas dignas amas de casa cocinando para sus familias. Otro ejemplo fue la táctica que se empleó para aumentar el consumo de tabaco entre las mujeres. Al parecer los estudios revelaron que lo percibían como un objeto fálico, y fumar era algo así como una muestra de sumisión. Así que plantaron a unas actrices fumando entre un grupo de manifestantes del sufragio universal, las fotografiaron y escribieron notas de prensa en las que expresaban que el derecho a fumar tenía que ser una conquista más del feminsimo. Las mujeres liberadas fumaban. Este caso me resulta particularmente indignante porque no sólo influyeron a muchísima gente a adoptar un hábito (que encima es dañino) engañando a la gente, sino que encima lo hicieron haciéndoles creer que estaban siendo más libres que nunca.
Esto ocurría hace décadas, pero es obvio que los descubrimientos de este tipo cambiaron la sociedad hasta hoy, y con el tiempo el grado de manipulación sólo ha ido a más, descubiréndose qué mezclas de colores resultan más atractivas para el consumidor o envían qué mensajes... Al parecer, el hecho de que en Burger King las servilletas sean de color sepia se debe a que el consumidor inconscientemente lo percibe como más "ecológico", porque tienen pinta de ser recicladas...
Uno de los temas que me obsesiona es saber hasta qué punto estamos influidos por lo que nos rodea, cuándo estamos adoptando opiniones como hechos, o tomando prestadas interpretaciones ajenas expresadas por gente con el carisma suficiente para que todo lo que sale de su boca parezca indiscutible. ¿Hasta qué punto somos dueños de nuestras opiniones y creencias?
Los ejemplos son ilimitados. Los premios culturales, pongamos por caso. Cuando se aproxima la época de los Oscar, empieza el sutil bombardeo de pelis que "debemos" ver, porque son lo mejor del año. El pasado año, sin ir más lejos, la peli ganadora me pareció completamente insípida (pero entre las nominadas por otros motivos me parecía que estaba la mejor, por goleada, y no sé cómo pudo no ganar). Y en esta ocasión digamos que tuve el valor de expresarlo abiertamente. Sin embargo, en otras ocasiones, me he visto asintiendo con la cabeza y siguiendo la corriente a una multitud que expresaba su admiración por tal peli que a mí me había resultado mala, o peor aún, manipuladora. Hay un ejemplo concreto de una peli que muchísima gente cita entre sus favoritas de siempre, que no voy a revelar, que con el paso del tiempo me ha ido pareciendo más y más odiosa; por lo simplista, a ratos grotesca y manipuladora que es. Como guinda del pastel, se nota muchísimo cómo el director de la peli se elige para sí mismo el personaje más carismático y acaba haciendo una especie de autohomenaje (porque además es obvio que hace de sí mismo). Sin embargo, la peli tiene a su favor un factor poderosísimo: una historia esperanzadora de tragedia y esperanza, que hace que criticarla te haga parecer un monstruo.
Admiro mucho a a esas personas capaces de ponerse el mundo por montera y expresar con sinceridad sus opiniones más impopulares, a veces incluso escandalosas. Y pienso incluso que la sociedad avanza gracias a ellos; gracias a la persona que es capaz de apuntar con el dedo al emperador y decir en voz alta que está desnudo. Lo fácil es hacer lo que la mayoría hacemos gran parte del rato: sonreír y opinar lo que sea que toque opinar.
Uno de los objetivos que me pongo cada año es tratar de ser más "auténtico" en ese sentido, más asertivo, y ser capaz de expresar lo que de verdad me parecen las cosas, sin agresividad y sin miedo a caer mal. Supongo que es una lucha constante, una cosa del día a día, que se trabaja en momentos grandes, y sobre todo en los más insignificantes pero más numerosos.
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