Seguro que has escuchado esa historia del perro que pasa mucho tiempo encadenado a un palo. cuando por fin un día sacan el palo del suelo y el perro puede irse a donde quiera, se queda ahí. Nunca sale del radio de movimiento que le permitía la cadena.
Pues así soy yo.
Ikki y yo pasamos muchísimo tiempo juntos. Tenemos algunos amigos en esta ciudad y a veces hacemos salidas y cenas con compis del trabajo, pero la mayor parte del tiempo libre lo pasamos juntos. A menudo, en esos ratos me siento un poco agobiado y pienso en la cantidad de cosas que me gustarñia ponerme a hacer si no estuviera con él. Quizá ordenar por fin todos esos papeles (una ridiculez, pero necesario). Comprarme esa ropa cara y un poco absurda que él considera un despilfarro. Ir a tal sitio. Ver todas esas películas que tengo pendientes. Leer todos esos libros. Tener la posibilidad de ligar con gente nueva, sentir que le puedes gustar a alguien más. Sí, esto también.
¿Y sabéis qué hago cuando tengo una tarde o un día libre, como hoy, y él no está porque está en su pueblo o trabajando? Nada. De nada. Hoy ha sido uno de esos días. De repente, sin él al lado, el mundo me parece un lugar hostil y frío (figurada y literalmente, ahora que es otoño), y salir a la calle yo solo a hacer cosas se me hace cuesta arriba. De repente la mirada de los extraños me pesa mucho más, y siento como si de alguna forma invisible, el mundo no estuviera hecho para gente sola. Sé de gente muy independiente, y les envidio. Gente que hace turismo sola, que va a bares o a la discoteca sola cuando le apetece (supuestamente se liga mucho más que si vas con gente). Yo disfruto mucho menos del turismo si voy solo, porque no me siento igual de a gusto y en parte pienso que todo pierde parte de su sentido si no puedes comentarlo. Respecto a los bares y tal, bueno, eso ya es otra liga y no sé si nunca sería capaz.
Al final, esta tarde, decidido a no dejar que pasase el día absurdamente en casa, y queriendo ponerme a prueba, me fui a ver una exposición que llevaba tiempo queriendo ver. Me dije que iría con calma, leyendo bien los carteles, concentrándome en disfrutar de lo que veía sin pensar en nada más. Al salir miré el reloj, y comprobé que quizás habría pasado unos tres cuartos de hora, o quizás algo más de media hora. Bueno, siendo bueno conmigo mismo, a lo mejor de por sí no se tarda tanto en ver una exposición de una sola planta, y la verdad es que me lo tomé con toda la calma que pude...
Mi mejor amiga Aisha y yo a menudo hablamos de si deberíamos romper con nuestras parejas por no sentir lo que deberíamos... en este dilema se entremezclan todo tipo de cosas a favor y en contra, y una de la que más nos pesa a ambos, es este egoísta miedo a la soledad que nos amenaza a ambos. Sí, es fácil hablar, pero el mundo a solas me puede dar mucho miedo, y quizás si al final diera el paso a lo mejor terminaría viviendo una vida pequeña y triste, trabajando y pasando el resto del tiempo en casa, saliendo solo para hacer la compra.
Hoy me venía a la mente el pequeño curso de japonés que hice este verano. Me apunté no sólo por el idioma en sí, sino por abrirme un pequeño hueco nuevo en el mundo, en esta ciudad. Casi siempre que me he apuntado a algo he acabado alegrándome de haberlo hecho. Cursos de idiomas, de escribir, de cualquier cosa. Me viene muy bien, a mi personalidad evitativa y con tendencia a la pasividad y la dejadez, tener algo que estructure mis días, tener a gente compartiendo un objetivo sobre el que puedes hablar, unos horarios, una finalidad.
El curso de japonés fue un éxito a medias. Aunque fue hace muy poco, recuerdo con cariño a mi único compañero de clase. A la profesora con su humor contagioso. Al paseo de los árboles en esa zona de la ciudad que no conocía y que durante aquellos días visité tanto. El paseo de los árboles, abrazado por el calor de aire en verano.