Recientemente Arwen se ha marchado de esta ciudad rumbo a su pueblo natal. La razón, esa que ya os podéis imaginar; la misma por la que la gente que puede está constantemente en busca de un sitio donde sobrevivir, y la que no puede se desespera ante lo negra que que ha puesto la cosa.
Sólo había hablado una vez de ella, pero la verdad es que de cierta manera ha tenido un papel importante en estos últimos meses de mi vida. Ella era mi ventana abierta a otros mundos, otras vidas, otras formas de ver y hacer las cosas. Tratar de hacerme amigo de ella fue uno de esos pequeños saltos mortales que a veces das, porque sabes que aunque la caída puede ser dura, también existe la posibilidad de que tu vida cambie y aparezcan caminos nuevos. ¿Podía yo, con mis gustos más bien convencionales, con mi vida aburguesada, con mi pequeño mundo casi intacto, hacerme amigo de esta persona que ha estado en sitios donde nunca he ido, que ha probado cosas que ni conozco, que ha conocido a gente al borde y probablemente fuera de la ley? Podía intentarlo. Hemos tenido poco tiempo y quizás las diferencias eran demasiado grandes, pero en una parte, quizá no muy grande pero válida, hemos conectado. Además de todo este mundo turbulento, Arwen tiene también una calidez y un humor que lo hacen todo más fácil.
No logré llegar a agradecérselo de verdad, haciéndole saber lo mucho que había significado para mí. Seguramente nunca llegará a leer esto, pero al menos me gustaría dejar esto por escrito. Gracias por todas las cosas que he hecho y que he descubierto gracias a ti. El couchsurfing (¿nos lanzaremos?), el humus, aquella canción, y sobre todo, por ser lo que más significó para mí, la posibilidad de subirme a aquel pequeño escenario aquella noche en aquel pequeño bar al que de otra forma nunca hubiéramos ido, y leer delante de un montón de desconocidos unos poemas bajo la luz de una pequeña lámpara que impedía ver nada más allá. Gracias.
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