lunes, 16 de mayo de 2016
Elisabeth, los amigos y los "amigos"
Recientemente tuve una discusión con mi amiga Elisabeth. Desde entonces nuestra amistad ha terminado, seguramente para siempre, y yo he reflexionado muchísimo sobre el tema de la amistad.
Pero antes de hablar de eso, tengo que explicar un poco cómo era Elisabeth y mi relación con ella, porque son detalles cruciales en todo esto.
Hará unos dos años conocí a Elisabeth, en un vuelo de mi ciudad a esta en la que vivo. Antes de despegar, ella se despachaba por teléfono con alguien que, por lo que decía, era claramente su ex. Hablaba en voz lo bastante alta y daba los suficientes datos como hacer partícipes de toda su historia a todos los que estábamos a su alrededor. Yo fui a ponerme los auriculares para ver una película (en esta época se empezó a autorizar el uso de aparatos también antes de despegar), pero no llegué a tener tiempo, ya que un instante antes de enchufarlos, Elisabeth se dirigió a mí sin rodeos:
-Qué, lo has oído todo, ¿no? Ya ves qué cabrón es mi ex.
Una de sus virtudes es esa enorme extroversión y esa naturalidad que tiene, y que le permiten hacer amigos con increíble facilidad allá donde va. Después de un principio así, ya nos pasamos el resto del viaje hablando, y por su franqueza yo también me animé a contarle cosas mías muy personales: mi ruptura con Ikki un año atrás y nuestro regreso; y mi sensación de soledad en esta ciudad a menudo. Elisabeth me explicó que venía a esta ciudad en circunstancias un poco imprevistas y al final no tenía realmente muchos planes, así que al llegar al aeropuerto nos pidió a mí y a Ikki (que me esperaba en el aeropuerto, y flipó un poco con la nueva y repentina amiga) que la acompañáramos a su hotel. Durante los siguientes diez días o así que se quedó aquí, quedamos varias veces, consolidando esta amistad inesperada.
¿Y qué sentía yo al respecto? Me gustaba la confianza que te daba Elisabeth nada más conocerte, y que permitía establecer una amistad íntima con mucha más rapidez de lo normal. Yo soy una persona bastante reservada y no me es fácil abrirme de verdad a los demás, así que esta extroversión suya me ayudaba mucho o "pasar fases" de la amistad muy rápido. Al mismo tiempo, veía unas enormes diferencias entre Elisabeth y yo, y esto me agobiaba bastante. Elisabeth se acerca mucho al perfil de lo que habitualmente conocemos por una choni, es prácticamente el tipo de chica que podría ir a un concurso de buscar pareja de la tele (sí, exactamente a ese que piensas), le gusta ir de compras y hablar de dinero y lujos, y de guaperas salidos de este tipo de programas. Sentía que hasta cierto punto, era una amistad contra natura (ella misma decía que era capaz de ser amiga de gente como yo o Ikki porque era muy "hippy"). Además, me daba la impresión de que Elisabeth me veía como una especie de amigo-mascota: el mejor amigo gay que sirve de paño de lágrimas, te da consejitos y te escucha.
Nuestra gran discusión, para resumir, vino porque, coincidiendo con otra visita suya a esta ciudad, en un momento en el que yo necesité su ayuda, o al menos su participación, para algo que para mí era muy importante, Elisabeth apenas se dejó ver. Precisamente en esta época, sus antiguos amigos, que habían vivido aquí anteriormente, habían vuelto, y por lo que pude ver a ellos sí los vio bastante durante esos días. Elisabeth se cogió un cabreo tremendo cuando le dije que estaba molesto, y me dijo que mis motivos eran una chorrada, que vaya concepto de la amistad tenía, y más cosas por el estilo. Si yo ya estaba molesto con ella por eso, su reacción ya fue el último clavo en el ataúd. Sentí que confirmaba mi impresión de que esta amistad no tenía ningún sentido, y que Elisabeth no sólo no me aportaba nada, sino que me quitaba. Desde entonces no henos vuelto a hablar, y con suerte no lo haremos nunca.
Yo me hice la promesa de no volver a dejar entrar en mi vida a ninguna persona tóxica más, y como decía al principio, entré en una larga reflexión sobre la amistad y las relaciones que establecemos con la gente.
Desde que vivo aquí he ido tratabdo de hacer nuevos amigos, y en este tiempo, con más o menos dificultad, he ido conociendo a bastante gente. Si los pongo en una balanza con mis amigos "de siempre" de mi ciudad, sin embargo, siempre salen perdiendo, y la pregunta que me hago siempre es que si algo me pasara y tuviese que ser por ejemplo hospitalizado, aparte de Ikki, ¿quién sería ese amigo/a que estaría ahí? ¿Quién es esa persona para la que puedes ser incluido en cualquier plan? ¿Para quien eres uno de los imprescindibles el día de su cumpleaños? ¿Quién está en ese escalafón de amigo-con-todas-las-letras?
Quizás llegada una cierta edad crear nuevos lazos así de intensos es ya casi imposible, y la gente se centra más en sus familias y su círculo de siempre, así que lo que pido es imposible. Quizá yo soy una persona demasiado reservada, y me he vuelto muy independiente: a menudo siento que disfruto mucho de simplemente ponerme a escribir o ir a ver cosas por mi cuenta sin dar cuentas a nadie. Tengo momeentos en que, sentado en un autobús yendo hacia cualquier sitio, leyendo un libro mecido por el movimiento, me siento feliz.
Pero desde luego también tengo esos sábados y domingos en que Ikki está fuera por la razón que sea, y esos amigos que he ido conociendo tienen otros planes con sus otros amigos (¿de primera fila?) o sus familias. Y entonces me siento muy solo y me doy cuenta de que no se puede ser completamente feliz sin gente a tu alrededor por muy independiente que seas o creas ser.
Y entonces llegamos a uno de los dilemas a los que más vueltas le doy: ¿uno debe ser "exigente" y buscar a personas con las que tenga una afinidad real? ¿Y por tanto arriesgarse a quedarse solo, ya que esto no es nada fácil? ¿O bien debemos valorar el que una persona desee ser muestra amiga, y por muy poca afinidad que tengamos con ella, debemos adaptarnos aunque nos aburramos un poco o sintamos que estamos "anulando" un poco nuestra personalidad para estar con ella?
Las dos opciones tienen muchos peros, y en este bucle me encuentro. Una cosa es segura, y es lo que he aprendido con Elisabeth: no todo vale, y si tu instinto te dice que alguien sólo te va a parasitar, no vale la pena aceptar su compañía por no estar solo.
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