domingo, 30 de marzo de 2014

La luz negra de la discoteca

Ayer por la noche salí con con dos amiguillos y otros amigos de ellos. En principio salía con pocas ganas, porque estaba muy cansado, pero ya había dicho que no el día anterior que estaba completamente exprimido, y no quería quedar de aburrrido que siempre dice que no a los planes (ya sabéis, ahora soy el hombre del sí a-casi-todo).

Al principio me empecé a animar bastante, inesperadamente. Esos días que después de una cerverza te empiezas a poner eufórico y la cosa fluye. Los chicos que conocía menos o acababa de conocer esa noche me parecían simpáticos y la cosa pintaba bien.

Sin embargo, poco a poco la cosa fue decayendo sutilmente, y al volver a casa y hoy, al día siguiente, la sensación que me quedó de esta noche es un tanto de... vacío. Voy a intentar explicarlo todo.

En ocasiones, y aquí viene una opinión políticamente incorrecta, el ambiente me parece un entorno superficial y deprimente. Características de la discoteca a la que fuimos: público principalmente de guapetes de gimnasio descamisados de mirada un tanto arrogante. DJ elevado en un absurdo podio, inalcanzable literalmente. Música íntegramente compuesta de dance chunda chunda (y hablo yo, que escucho música trance, pero eso es otra historia de la que otro día hablaré), puntuada por algún interludio de alguna canción conocida remezclada al estilo, valga la redundancia, dance chunda chunda. En estos casos ocurría un fenómeno que sería gracioso si no fuera estúpido: la gente aullaba encantada en cuanto reconocian un trozo de melodía familiar, quizá de algún tema de los 90 en versión nueva. Pero esos trocitos eran apenas cinco segundos en medio de los bombos, y en seguida se apagaba la euforia colectiva y volvíamos todos con decaimiento a bailar el obligatorio chunda chunda. Todos pagamos 15 euros con derecho a una sola copa por tragar con esta mierda de música que visiblemente no está motivando a nadie, y al DJ encima le ponemos en un podium. Hmmmm...

Cuando veo entornos así, pierdo un poco la fe, y siento que toda la lucha por los derechos de los gays finalmente nos ha llevado a sitios como esta discoteca llena de gente obsesionada con su físico, aparentando y haciéndose la distante e interesante, bailando por quedar de guay al ritmo de una música que la mayoría no está disfrutando. Y más deprimente me resulta todo esto cuando lo comparo con el caso de una persona que recientemente he conocido, proveniente de un país africano, que por su activismo en favor de la igualdad se ha expuesto a amenazas de muerte incluso.

A nivel ya personal, según avanzaba la noche me fui sintiendo y quedando más y más desconectado de los compis y de la gente alrededor. Ocurre que todos en mi grupo eran menores que yo, algunos bastante, y otros simplemente en una órbita distinta, y a fin de cuentas se nota. Era un círculo vicioso, porque cuanto menos hablaba, menos me apetecía hablar, y más descolgado me iba quedando. Por no decir que mi voz es tan débil que mantener conversaciones en una discoteca o un bar lleno siempre me ha resultado muy difícil... Para no mentir, tengo que decir también que en medio de todos estos tíos que no se ajustan nada a mi tipo, alguno que otro sí me pareció atractivo, pero no ligué con nadie, y eso también de desanima un poco. Para empezar no puedo, porque ahora estoy con Ikki, y sinceramente traté de frenarme con uno en concreto que se me puso a hablar y que me gustó bastante. Así que por un lado yo no me dejé llevar demasiado, y el entorno en general tampoco me daba mucha posibilidad. Y la verdad es que ir a una discoteca y sentirte un tanto invisible es, tengo que reconocerlo, un poco deprimente. Yo también entro en la rueda de la superficialidad, sí.

En fin. A veces, salir por la noche, más que algo divertido, es como entrar un mundo paralelo bastante oscuro y bastante hostil, y enfrentarte a lo más turbio de ti mismo y de los demás
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